Recientemente
se llevó a cabo en Quito una reunión de personalidades, nacionales y
extranjeras, de la izquierda latinoamericana, donde escuchamos encendidos
discursos de análisis político y social de la realidad en que se iban a
realizar las elecciones presidenciales de Ecuador.
Excelentes
pronunciamientos por todos los aspectos. No tengo la menor intención de reducir
sus contenidos, no quiero minimizarlos en ningún grado.
Sólo
quiero señalar un aspecto que puede ser puramente formal, por sí mismo
insignificante: en ningún momento, en ninguna de las intervenciones se escuchó
la palabra “trabajadores” o alguno de los sinónimos o categorías afines, como
“obreros”, “asalariados”, etc.
Lo
mismo podría señalar de muchos otros discursos o textos escritos o grabados para
los medios de comunicación o para cualquier otra forma de difusión, en los que
las palabras señaladas han desaparecido casi absolutamente, y este casi se borra del todo si nos referimos
a conceptos como “clase obrera”, “clase trabajadora”, “movimiento obrero”.
Términos,
palabras, conceptos que hasta hace unos pocos años, veinte o treinta, todo lo
contrario de hoy, se repetían con inevitable frecuencia en todos los ámbitos
informativos sociales, culturales, económicos, políticos.
¿A
dónde quiero llegar? Quiero mostrar cómo los trabajadores, los obreros, la
clase trabajadora en síntesis, ha sido invisibilizada, como se dice hoy – antes
hubiéramos dicho: han sido borrados del mapa–, en cualquier discurso o análisis
social o político de manera sorprendente y, en principio, inexplicable.
Voy
a limitarme a trazar dos cuadros y a comentar un poco este fenómeno social.
Mi
primer cuadro aparece con la invitación a que miremos a nuestro alrededor con
nuevos ojos. Quiero que veamos ese algo invisibilizado radicalmente y al que
les invito a que visibilicemos o revisibilicemos. Antes habría escrito: al que
invito a que rescatemos.
Observemos:
Aparte
del entorno natural, todo lo que vemos en nuestro alrededor ha sido hecho por
manos y mentes de trabajadores. Construcciones pequeñas, grandes o monumentales,
calles y avenidas, medios de transporte, la ropa que usamos, los servicios, los
artefactos y las tecnologías que utilizamos para comunicarnos, todo, todo ha
sido hecho por trabajadores.
Podemos
verlos físicamente cuando una obra urbana, un edificio, una calle, una
avenida, un paso subterráneo o elevado está
en construcción: obreros, albañiles, operadores de tractores y grúas, de
máquinas, ingenieros… etc.
En
cambio, no vemos allí a los inversionistas. Yo no he visto a ningún accionista cargando
ladrillos o colocando adoquines o postes, no vemos a corredores de bolsa o a
dueños de bancos confeccionando ropa ni procesando alimentos, no hay un sólo accionista
montando un motor o descargando un camión, ni fabricando con sus manos sus
automóviles ni sus grandes aviones ni los inmensos hoteles que bordean las más
famosas playas.
Sin
embargo, lo que la publicidad nos presenta son los nombres de grandes empresas
nacionales o trasnacionales. Las enormes vallas que ofrecen vistosas casas, altos
edificios y otras construcciones deslumbrantes destacan las grandes firmas propietarias
de esas obras. Los trabajadores que las construyen no están representados en
esas visualizaciones.
Podemos
ir más allá. Vayamos a la historia: En todas las épocas y en todas partes, todo
lo que podemos contemplar sobre la faz de nuestro planeta y que no es producto
de la naturaleza sino agregado por el hombre, ha sido igualmente construido por
manos de trabajadores. No conocemos imágenes de faraones levantando ellos
mismos grandes piedras para construir pirámides, ni monarcas usando
herramientas para cultivar ellos mismos los sembrados o nobles remangándose sus
aparatosas capas y vestidos para tender un puente o los rieles del ferrocarril
que pasará por allí.
Sin
embargo, los textos históricos nos hablan del Palacio de los Medici en
Florencia, del Palacio de Carlos V en La Alhambra o del de la Pureza Celestial
del emperador chino de la dinastía Ming, de la gran muralla china, del Castillo
Sforzesco en Milán porque, según los libros, fue Francesco Sforza quien
“comenzó a construirlo”. Él comenzó a construirlo: ¿lo imaginan ustedes
empujando una carretilla llena de arena?
Todo
esto nos parece natural, lógico, por una razón: porque el trabajo real ha sido
visto desde siempre como una actividad degradada, realizada por seres
inferiores, deprimidos y oprimidos. Hoy mismo los trabajadores nunca figuran con
sus nombres, sino como números en estadísticas abstractas.
Y,
¿qué nos dicen esas estadísticas? Veamos:
1.600 millones (1.600’000.000) de
personas trabajan en el mundo a cambio de un salario. A estos podemos sumar los
200 millones de desempleados que hoy no tienen trabajo, de los cuales 621
millones son jóvenes que no encuentran empleo (Datos de la OIT, 2015).
1.800 millones (1.800’000.000) de
trabajadores reales en total en este momento histórico, invisibilizados en las
noticias y en los textos y en los televisores y en los estudios académicos,
aunque son ellos los verdaderos productores de todo lo que nos rodea, distinto
de la naturaleza.
Constituyen
la mayor comunidad mundial de personas unificadas por sus condiciones básicas de
vida y de existencia.
Yo
les invito a visibilizarlas.
Su
condición esencial: ponen toda su capacidad de trabajo al servicio de sus
patrones para no quedar en la calle en cualquier momento. Esa zozobra los
caracteriza a todos, aunque no todos lo expresen abiertamente.
Y
en el fondo de sus pensamientos está un anhelo que expresan así: ¿Cuándo podré
trabajar para mí mismo y no para otros?
Mi
segundo cuadro muestra los fracasos históricos que se han dado en la búsqueda
de un mundo mejor. Este año se cumple un siglo de la primera de estas
revoluciones, la Gran Revolución de Octubre, cuyo desenlace todos conocemos.
Aún así, propongo desde ya celebrarlo como se debe, pues fue una epopeya
grandiosa de la clase trabajadora que intentó su primer asalto al cielo pero que sucumbió por el gigantesco error de
confundir socialización con estatización, generando en consecuencia la
gigantesca burocracia que hundió este experimento.
La
Revolución Cubana, ese otro combate épico de David frente a Goliat, no ha
logrado aún encontrar el modelo productivo exitoso. Su gran victoria, la que
nadie puede desconocer, fue rescatar su dignidad e imponer su soberanía,
ganando el respeto y la admiración de todo el mundo, incluso de su enemigo
derrotado.
Las
grandes transformaciones históricas todas han seguido caminos semejantes, en
zig zag, con adelantos y retrocesos. La propia revolución liberal burguesa, en Norteamérica
–Filadelfia 1776– y en Europa –Francia, 1789– , también dio muchos tumbos y traspiés
antes de asentarse y establecerse en todo el mundo.
La
Revolución Socialista sigue su camino igualmente, explorando horizontes. En
nuestra Patria Grande, Nuestra América, se está llevando a cabo una ardua
búsqueda del modelo más ajustado a las condiciones históricas y sociales de
estos países agrupados en los que se ha denominado el Progresismo
Latinoamericano. En este momento, empero, enfrentando la más desembozada
ofensiva de la derecha mundial, internacional y nacional para desacreditar y aplastar
por todos los medios estos esfuerzos liberadores.
La
confrontación ha llegado al punto en que es imprescindible profundizar estos procesos
transformadores, convertirlos en verdaderamente revolucionarios. Profundizar no
significa solamente agitar más gente en las calles, aunque este frente nunca se
debe descuidar ni abandonar. Pero profundizar quiere decir ante todo ir a los
cimientos de la sociedad para precisar una meta, la que interprete mejor el
momento histórico y las condiciones reales en que se libra esta lucha. Y una
vez definido el norte, reorientar el rumbo.
El
modesto librito titulado “La empresa de los trabajadores”, publicado por quien
escrbe estas líneas, sintetiza la propuesta de que los medios de producción
fundamentales sean de propiedad de los trabajadores. No que se les hagan
retoques y reformas superficiales, sino cambios de fondo en la estructura de su
propiedad: que sean integralmente propiedad de los verdaderos productores, de
los trabajadores.
Sin
expropiaciones, sin confiscaciones. No es la época de las grandes hazañas
insurreccionales ni armadas, sino de iniciar una transformación profunda de la
estructura de propiedad de esos medios.
Esta
es su intención. Contribuir a profundizar esta Revolución, nuestra Revolución
Ciudadana y nuestra exploración latinoamericana hacia el Socialismo del siglo
XXI, o como se llegue a denominar finalmente la construcción de la nueva
sociedad, justa, equitativa y floreciente para todos. Comenzando por quienes
son sus sujetos históricos: ustedes, compañeros, los trabajadores de Nuestra
América.
Hoy
es posible plantear esa transformación: iniciar estos cambios. No sólo es
posible: ya se está haciendo. La están haciendo los trabajadores.
Alfonso Monsalve Ramírez
Blog “Tardes con Alfonso” (www.tardesconalfonso.blogspot.com)
Cumbayá, Ecuador, 24 de abril de 2017
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