Atilio Borón publicó el 5 de febrero
una nota titulada “La ‘batalla de Stalingrado’ se librará en Ecuador”. Con su
agudeza intelectual, establecía un paralelo entre las elecciones presidenciales
en Ecuador y ese hecho histórico que marcó el punto de inflexión hacia el fin
de la segunda Guerra Mundial. “Como se recordará –añade–,
la (batalla) que tuvo lugar en aquella ciudad rusa fue la que produjo el vuelco
de la Segunda Guerra Mundial. Si Stalingrado caía los aliados serían
despedazados por el ejército nazi; si, en cambio, la ciudad resistía el asedio,
como lo hizo, las tropas hitlerianas jamás repondrían fuerzas y se encaminarían
hacia su inexorable derrota”.
Lo incisivo de esa nota es que no
limita su observación al ámbito ecuatoriano: la amplía al contexto continental.
Tal como Stalingrado, el evento ecuatoriano puede no sólo determinar su propio curso
sino, en buen grado, el del Progresismo Latinoamericano: “…con una
derrota de Alianza País en el Ecuador la derecha continental tendría las manos
libres para asfixiar a Bolivia y provocar una nueva versión de la ‘revolución
de colores’ en Venezuela”, concluye Borón. Una derrota en Ecuador sería clara
señal de lo que podría ocurrir en el eje progresista. Es más: la estrategia de
la oposición ecuatoriana se basó en gran parte en aprovechar las dificultades
de la Revolución Bolivariana para buscar una victoria en Ecuador.
Otro autor, Héctor Mondragón Báez (“Los ciclos económicos en el
capitalismo”: 2009), refiriéndose a la gran crisis mundial de 2008 anota :“El
peligro mayor estriba en que cada vez que las crisis se profundizan, la
destrucción de capitales es sustituida, mediante la guerra, por su destrucción
física. Los inversionistas de los Estados poderosos encuentran en el arsenal
militar la salida a sus dificultades… Al borde de una gran crisis, la tentación
de hacer una guerra contra otro centro petrolero, como Irán o Venezuela, se
vuelve irresistible para el gran capital trasnacional”.
Resulta claro que la desesperación del banquero opositor (capital
financiero) y de su comandante de campaña, obedece a intereses que se extienden bastante
más allá (¡off shore!) de su propio país, y el apoyo de las fuerzas geopolíticas
que los dirigen no se entiende cabalmente si no se mira su objetivo
continental: atajar la oleada Progresista. Este es el sentido profundo de la
metáfora Stalingrado II: esperaban derrotar en Ecuador a este movimiento
continental.
No lo lograron. Sus propias torpezas colaboran con las fuerzas
progresistas representadas en esta ocasión por Alianza País y Lenín Moreno,
cuya victoria también va más allá de las fronteras patrias. Se suman indicadores
positivos: Macri, cada vez más acorralado por las acciones de masas populares,
Temer ve cómo se deshace el deleznable lodo de corrupción sobre el que está parado, Venezuela
resiste valientemente apoyándose en la movilización popular.
Al repetir triunfo, Stalingrado II también puede marcar un nuevo
punto de inflexión en este proceso progresista. Esta lucha no es un camino de rosas ni una autopista despejada, pero es cada vez más el rumbo correcto.
Alfonso Monsalve Ramírez
alfonsomonsalve.personal@gmail.com
Cumbayá, abril 14 de 2017
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