Nadie puede
ignorar, pero ni siquiera atenuar la gravedad de la muerte de once
soldados colombianos por acción de las
FARC. Pero tampoco se debe dejar pasar la desfiguración mediática de los
hechos, destinada a desequilibrar los diálogos de La Habana, que hasta ahora han
sorteado los mil y un intentos de descarrilar el proceso.
Fue un terrible
error de las FARC. Pero un error que se veía venir dada la estrategia militar
de crear tensas situaciones límite, que al fin produjeron la tragedia.
Recordemos el
extraño “paseo” del general Rubén Darío Alzate, en traje de civil, a una zona de
dominio guerrillero. ¿Qué efecto se buscaba? En esa oportunidad el militar fue
justificadamente separado del Ejército. Desde entonces, y quizá desde antes,
los habitantes de varias zonas de candela, en especial del Cauca, venían
denunciando operativos claramente desarrollados para provocar lo que ahora
provocaron y lograron.
Sucedido el hecho
atroz, las reacciones e iras santas de los sectores de extrema derecha
dispersos por amplias regiones del país, incluyendo a militares que apenas
logran disfrazar su boicot a las búsquedas de la paz, equivalían a frotarse las
manos sin disimular un regocijo perverso. Actitud que transparenta, como ya se
ha dicho, el menosprecio hacia los que caen pues no son de los estratos cinco y
seis de la sociedad.
Son múltiples los
comentarios e informaciones que se han dado a conocer que corroboran esta
situación. Pero lo que no se esperaba es la actuación del doctor Humberto de La
Calle, jefe de los Comisionados del gobierno para los diálogos y quien,
saliéndose por completo de toda mesura y prudencia –que hasta ahora había
ostentado, hay que decirlo– se lanzó a tomar posición franca, desorbitada y
hasta inhabilitante, al lado de los peores enemigos del proceso.
¿Qué sigue? Nos
hemos acercado excesivamente a las maniobras que, en todos los diálogos
anteriores, han terminado por interrumpir los diálogos con pretextos baladíes.
El diario colombiano El Espectador publicó
un recuento de esos casos, mostrando como se repiten los protocolos de los
políticos que, sin escrúpulos, montaron espectáculos de buena voluntad y de
paz, cuyo modelo culminante fue el de Andrés Pastrana fotografiándose con
Manuel Marulanda en un gesto puramente electorero que, efectivamente, lo llevó
a la presidencia. ¿Llegará Santos a lo mismo?
Se ha perdido la
confianza en las FARC, dicen. Pero también la palabra del presidente se ha
debilitado.
Sin embargo, y
aunque sea extremadamente difícil en esta oportunidad, hay que mantener la
cabeza sobre los hombros, por encima de todo. Hay que levantar la mirada al
futuro, allá están las metas: dejar las cuentas del pasado para el momento en
que se ha previsto, cuando una Comisión de la Verdad y la llamada Justicia
Transicional, puedan cumplir sus tareas en entera libertad y equilibrio. Y hay
que insistir en movilizar a la ciudadanía que, en indudable mayoría, quiere la
paz.
Otro camino sólo conduce al
abismo.
Alfonso Monsalve Ramírez
alfonso-monsalver@hotmail.com
Publicado en El Telégrafo, de Quito, abril de 2015
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