Todo
se ha dicho sobre la Copa Mundial de la FIFA Brasil 2014 y sobre la final con
el triunfo de Alemania y la derrota de Argentina por el marcador mínimo, 1 a 0.
Que bien vista tiene muy poco de derrota.
Las
estadísticas del partido muestran la posesión del balón dividida asombrosamente
en 50 por ciento para cada equipo.
Las
ocasiones de gol perdidas también se repartieron casi por mitades.
El
triunfo por un solo gol, que siempre lleva a la manida conclusión: así es el fútbol…
Sí,
así es. En muchas competencias deportivas, tenis, básquet, béisbol, golf,
bolos, voleibol…, el desempeño de los contendores se mide generalmente acumulando
puntos a lo largo del encuentro o del campeonato, y esto pesa en las cifras
finales. En el fútbol no. Un jugador o un equipo pueden haber jugado mejor los
noventa o 120 minutos, puede haber tenido excelente desempeño en todos lo
partidos. Si hay un solo gol de ventaja en su contra, ese gol da la victoria. Así
es el fútbol y punto.
No
fue este el caso en esta oportunidad. Argentina cayó ante el mejor equipo del
Mundial, que fue Alemania. En eso estamos todos de acuerdo. Pues bien,
Argentina jugó de igual a igual con el mejor equipo. ¿Suerte? Tal vez no. Hay
algo que es el plus teutón: el sentido de la disciplina.
Frente
a tal rival, esta derrota es también una victoria. Bien pudo haber sucedido lo
contrario: si hubiera entrado uno de los goles que le fallaron a Messi…
Pero
la calificación a éste como el mejor jugador del torneo, también ha sido muy
cuestionada. Esto no le quita nada al extraordinario futbolista que es él. Sin
embargo en esta ocasión, quizá Javier Mascherano, por ejemplo, fue más parejo,
más constante, extraordinario en su función de bajar a recoger balones y subir
a alimentar a su delantera, estuvo en todas partes, defendiendo y atacando,
incansablemente, sufrió fuertes agresiones, en fin.
¿Y
el holandés Robben? Medio equipo. Él solo, o él haciendo equipo, armando
jugadas de gol.
Y
claro está, nuestro carismático James Rodríguez, la gran sorpresa de esta Copa,
sin duda alguna. El más bello gol, el máximo goleador, el extraordinario forjador
de ataques, y el más alegre, celebrando a la colombiana, festivamente, los
triunfos. Una estrella que se eleva en ese firmamento, no cabe discusión. Hay
que ser justos, no sólo él, toda la selección. Crucemos los dedos para que
Pekerman no se nos vaya.
¿Los
lunares? La proliferación del juego sucio, o más bien, irregular. Una reflexión
elemental: como su nombre lo indica –foot ball– es el deporte que se juega con
los pies. Hay jugadas con la cabeza, con el pecho. Pero lo esencial es la
habilidad de los pies, la destreza para mover la pelota, para retenerla,
esconderla o para pasarla, y ante todo, para hacer goles. Teniendo esto como
criterio central, debería imponerse la sanción a toda acción con las manos, con
los puños, con los brazos, con las rodillas, que intervienen indebidamente para
vencer en la jugada. Para eso están otros deportes, el boxeo, la lucha libre,
las artes marciales. El fútbol, el buen fútbol, el mejor fútbol depende del
dominio, la agilidad, la destreza y la fuerza de los pies: por eso hay que
jugarlo con la cabeza y con el corazón. Las acciones decisivas ejecutadas con
otros miembros tendrían que castigarse con tarjetazos.
Se
habla de corrupción. Se dicen horrores de la FIFA. Se culpa a los árbitros. Su
difícil tarea se presta para cualquier especulación: no pitaron el penalty que
Brasil le cometió a Colombia, el rodillazo del arquero alemán a Higuain también
fue penal… ¡todo puede decirse! ¿Cómo
comprobarlo?
Una
injusticia: el mordisco de Suárez bastó para hacernos olvidar su verdadera
imagen, la de un gran jugador. Exagerada la penalización impuesta. Ya sufrió
suficiente castigo.
Un
reclamo final: oí decir, no me consta, de alguna amonestación a Bonafont, diz
que por la forma de sus comentarios. Me gusta su estilo metafórico. Rompe los
moldes y los clichés que caracterizan la narración del accionar deportivo, sin
que esto sea una crítica, el oficio lo impone. Bonafont le puso ingenio,
gracia, humor, agilidad mental a esos estereotipos. Creó una corriente, ha
tenido imitadores, más o menos talentosos. Sería incomprensible y lamentable
una censura por eso.
Y
ahora sí, ¡no va más!
Sonó
el silbato final del árbitro, su dedo implacable señaló el centro de la cancha.
El
Mundial terminó.
¡Vivan
los toros!
Cumbayá, julio 15 de 2014
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