Comparto la publicación hecha por el diario ecuatoriano El Telégrafo de hoy martes 22 de abril, de
la entrevista que hice a Gabriel García Márquez cuando se iniciaba el ascenso,
como un cohete hacia el cenit de la fama, del nombre del escritor por la
reciente publicación seis meses antes–
de Cien Años de Soledad. Dada mi
escasa destreza para utilizar los recursos de estas tecnologías, no logro
reproducir las dos páginas con su diagramación, el logotipo del diario y la
foto de García Márquez. Reproduzco el texto como apareció en El Telégrafo e incluyo la dirección
(¿URL?) de la publicación para quienes quieran ver la versión del diario para
la Red.
Añado solo unos renglones que completan un poco el entorno
en que se realizó la conversación. Eran los años 60, años de la Revolución
Cubana y su omnipresente y vibrante influjo. En alguno de los incidentes
propios de esos tiempos, Fidel Castro había replicado a algún crítico con estas
palabras: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”. Esa frase
se la agitaba como tonante argumento universal en todos los corrillos
políticos, sociales, intelectuales y artísticos. En estos últimos, para
reclamar lo que se tipificó como “el compromiso político del intelectual”. En
esa sobrecargada atmósfera, un amigo poeta y crítico literario, había publicado
una semana antes su opinión sobre Cien
Años, culpando al escritor de ligereza tergiversadora de la realidad por la
forma como relataba la masacre que se perpetró en las bananeras de la costa
caribe colombiana el 6 de diciembre de 1928 en represión de una huelga de
trabajadores. La entrevista comenzó dura, rígida (yo apenas había sido
presentado a Gabito para solicitarle la cita), y no lograba dinamizarla.
Entonces le comenté el artículo recién publicado. Fue un recurso mágico. Gabito
reaccionó como un toro en las banderillas y salió a flote toda su enérgica
personalidad, como siempre que le hicieron esta clase de señalamientos, y así
surgió la frase que sirvió de título a la publicación de la entrevista. Si se
observa bien, no sólo en el título sino en todo el texto se palpará casi
físicamente el aire que se respiraba en esos días en Latinoamérica y en todo el
mundo.
Los dejo con la entrevista.
EL
AUTOR DEFENDÍA LA POSTURA DE TRATAR A LOS HECHOS REALES DE LA MISMA FORMA EN
QUE LO HACÍA LA TRADICIÓN DE AMÉRICA LATINA: A TRAVÉS DEL REALISMO MÁGICO
Gabriel García
Márquez: “El deber revolucionario de un escritor es escribir bien” (GALERÍA)
Cien años de soledad apareció en las librerías en mayo de
1967.Para noviembre de ese mismo año, la novela ya iba por su tercera edición.
En aquel entonces el periodista colombiano -ahora residente en Ecuador- Alfonso
Mosalve Ramírez conversó con Gabo sobre todas las aristas que suponía el
surgimiento de ese libro como estandarte de un movimiento que empezaba a
hacerse sentir a lo largo de todo el mundo, lo que suponía que la literatura
latinoamericana había llegado a su madurez. EL TELÉGRAFO reproduce esa
entrevista publicada en la revista soviética Enfoque Internacional.
Por Alfonso
Monsalve Ramírez*, especial para El
Telégrafo
En mayo de 1967 apareció la primera edición
de Cien años de soledad. En el noviembre siguiente, estaba en
imprenta la cuarta edición de 20.000 ejemplares, como las 3 anteriores. En la
patria del escritor ya no se consigue el libro. El escritor es Gabriel García
Márquez, o simplemente Gabo, nacido en un pueblo de la Costa Atlántica,
Aracataca, cuya transposición literaria lleva ya el nombre familiar a sus
compatriotas de Macondo. De estatura más bien baja, trigueño y con un bigote
caído sobre las comisuras de los labios, su aspecto recio hace pensar en el
tipo medio del mexicano: además Gabo ha vivido bastante tiempo en México, ama
aquel país, y en su acento hay huellas de esa influencia.
Pero a poco hablar, aparece íntegro el típico
costeño colombiano, hablador, franco, directo en sus conceptos, y poniendo en
toda expresión una gracia sincretizada del doble ancestro negro y español bajo
el amodorrante sol del trópico. Por eso la entrevista, que había comenzado
difícil, conceptuosa, cuando Gabo encontró el hilo de sus ideas, cuando comenzó
a decir lo suyo, lo que siente que debe decir, se convirtió en un torrente de
palabras, un alud que al final, cuando me despedí, me hizo sentir la clara
impresión de tener que meter en cintura un río desbordado, y –¡qué lástima!–
reflejando apenas opacamente la rica conversación con Gabo. He aquí la síntesis
que, de todos modos, no mella sus opiniones-
La novela tiene su auge
en vísperas de las grandes transformaciones
La novelística latinoamericana ha hecho su
aparición con fuerza sorpresiva en el panorama de la literatura universal. Se
ha dicho que el fenómeno señala el surgimiento del escritor latinoamericano.
Pero Gabo lo interpreta en otra forma: “No hay un surgimiento de escritores,
sino de lectores. Los novelistas, hoy tan solicitados y leídos, estamos
trabajando desde hace 20 años, excepto en el caso de Mario Vargas Llosa”.
Ilustra esta opinión con datos: “Cortázar, por
ejemplo, publicó la primera edición de Bestiario en 1951. La segunda edición
apareció 14 años después, en 1965. La tercera también en 1965. Y la cuarta en
1966. En este momento la Editorial Sudamericana tiene vendidos un millón de
libros de Cortázar. Otro dato significante: Esa editorial atraviesa actualmente
una crisis de papel: antes nunca había tenido ese problema. En mi caso
personal, he visto ahora la fecha de publicación de mis primeros cuentos: 1948.
Y mientras El Coronel no tiene quien le escriba cuenta con 3
ediciones en 10 años, con un total de 40.000 ejemplares, Cien años de soledad
lleva 4 ediciones en 6 meses, en total 80.000 ejemplares. Lo que quiero decir
es que existíamos. Lo que ocurre ahora es que nos han descubierto”.
El fenómeno, ciertamente, es interesante y
propone muchos interrogantes. García Márquez se los plantea él mismo y va
encontrando lúcidas respuestas: “Tanto los escritores como los editores estamos
desconcertados. ¿Qué pasa? Esta respuesta espectacular del lector
latinoamericano obedece a varias causas. En primer lugar, está, quizás, la
decadencia de la novela europea y norteamericana”.
La segunda causa me la expresa en forma de
pregunta: “Además, ¿no crees tú que la novela siempre tiene un gran auge en los
momentos de crisis social, en vísperas de las grandes transformaciones?”.
Me siento profundamente
responsable
Esta insurgencia del lector suscita otras
repercusiones. García Márquez es un escritor analítico y no se conforma con
explicaciones fáciles. Sabe que la gloria que ahora le ha llegado no es
solamente un galardón, sino también una exigencia por parte del ávido público
americano. Dice: “Esta acogida de los lectores obliga al escritor a
responsabilizarse. Personalmente me siento profundamente responsable. Contaré
este caso: cuando apareció Cien años de soledad yo tenía lista
para publicar otra novela, El otoño del patriarca. Ahora he decidido revisarla,
trabajarla más aún, ya no me siento tan seguro, siento una gran
responsabilidad. Ahora bien, no se trata de cambiar la novela que tenía
escrita, no se trata de acomodarla al gusto del público. Yo sé muy bien a qué
se debe el éxito de Cien años de soledad, y podría valerme de ciertos recursos
técnicos para garantizar a El otoño del patriarca un éxito similar. Pero no lo
voy a hacer. No voy a parodiarme”.
Experimentar, buscar,
renovar
El monólogo se hilvana. Surge otro tema: “No se
trata de aprovechar la experiencia adquirida, sino de experimentar”. Va
apareciendo el credo estético de García Márquez: “Siempre estoy experimentando.
Lo sabroso de la novela es eso, buscar, encontrar, renovar. Por eso mis teorías
literarias cambian todos los días. No tengo una fórmula. El día que tenga una fórmula
estoy acabado. Me contradigo. Quien no se contradice es dogmático, y ser
dogmático es ser reaccionario. Yo no quiero ser reaccionario”.
Aspiro a que cada novela me coloque contra la
pared
Gabo ilustra estas ideas con el itinerario de
sus propias búsquedas: “Tres de mis libros,El Coronel no tiene quien le
escriba, Los funerales de la mama grande y La mala hora, son en verdad un
solo libro. Un mismo tema, unos mismos personajes, un mismo ambiente, que se
repiten y se mezclan, como pedazos que tomo de aquí y coloco allá. Durante ese
tiempo estaba experimentando, trataba de salir de la retórica latinoamericana.
Disecar el lenguaje cada vez más, hacerlo más económico. Hasta que me encontré
contra la pared. Los 3 libros pertenecen al realismo tradicional.La mala
hora es el que refleja más directamente la realidad. Sin embargo, ha
sido calificado como mi peor novela. Jorge Eliécer Ruiz me dijo: es un bache.
Algún otro crítico dijo que era demasiado literaria y demasiado correcta para
ser buena. La mala hora me colocó contra la pared. Pero
sin La mala hora yo no hubiera podido escribir Cien
años de soledad. Porque al quedar contra la pared tuve que romper la pared.
En distinto sentido, Cien años de soledad me ha vuelto a dejar en la misma
situación. Ángel Rama me comentó: ‘Raspaste el cajón, diste todo, ahora, ¿qué
vas a escribir?’. Pues bien, tengo que romper de nuevo la pared. Aspiro a que
cada novela me coloque contra la pared”.
Todo es real en
Latinoamérica
A propósito de esto, le menciono que algunos
críticos han dicho que en Cien años de soledad, García Márquez
trata irresponsable y ligeramente el problema del realismo, y que la irrupción
continua de la fantasía en la realidad, antes que elevar la realidad a un plano
de evidencia, la desvirtúa. Gabo es enfático: “No me refiero a un acontecer
histórico. Me interesa contar historias interesantes para el lector. Historias
reales. No son, ciertamente, historias documentadas, pero son historias sacadas
de mi experiencia vivida. Buscando me he dado cuenta de que la realidad en
Latinoamérica, la realidad en que vivimos, en la que nos criamos, la que nos
formó, se confunde diariamente con la fantasía”.
DESTACADO:
“Los informadores
oficiales reducen los muertos a 26, yo los aumento a 3.000, a ver quién gana…”.
“La realidad en
Latinoamérica, en la que vivimos, se confunde diariamente con la fantasía”.
Algunas anécdotas, muy bellas, explican esta
afirmación. Escojo una: “En Cien años de soledad no hay un solo
episodio fantástico. Es la realidad de todos los días. Por ejemplo, la
ascensión de Remedios la bella en cuerpo y alma al cielo es un episodio
histórico. Yo conocí en mi pueblo a una señora que tenía una nieta muy bonita.
La muchacha huyó una noche con un agente viajero. Al día siguiente la señora
explicaba la desaparición de su nieta diciendo que había ascendido en cuerpo y
alma al cielo, que ella la había visto transfigurarse y llenarse de luz y
elevarse a las nubes. Cuando la gente le expresaba su incredulidad ante hecho
tan inaudito, ella replicaba: Si la Virgen María subió al cielo en cuerpo y
alma, ¿por qué mi nieta no podía hacerlo?”.
“Esta forma de afrontar su problema –concluye
Gabo– es parte de la realidad latinoamericana. Todo es real en Latinoamérica.
Por eso no creo que en mi novela haya una mistificación perjudicial de la
realidad. Otro caso: relato la masacre de las bananeras en una forma que puede
llamarse falsa, superficial, irreal, sin documentos históricos. Todo lo que se
quiera. Pero el hecho es que ahora hay en América 80 mil lectores que saben que
en Colombia, en las bananeras, hubo una masacre. Antes no lo sabían. Yo
describo la mecánica del hecho.
Y cuando alguien me decía que este libro era
peligroso porque yo digo que hubo 3.000 muertos y que en realidad no hubo sino
26, le respondí: yo sé que hubo mucho más que 26, pero ustedes, los
informadores oficiales, reducen la cifra a 26, yo la aumento a 3.000, a ver
quién gana…”.
Gabo salta a la fantasía, a su realidad: “Hubo
muchos más muertos que 26, pero la gente no lo cree. Sucede como con el General
Aureliano Buendía, el protagonista de Cien años de soledad, que
hizo 32 guerras civiles. Pero al final de la novela, cuando el último de
los Buendía lo cuenta, la gente no lo cree…”.
La gente quiere que el
escritor sea líder
El tema lo apasiona: “En La mala hora
precisamente quise hacer un realismo directo. Quise comprometerme con una
realidad que me había impresionado mucho: la violencia. Yo no podía ser
indiferente a esa realidad. Y resultó mi peor novela. Porque en ella caí en las
fórmulas, caí en lo que ahora algunos me piden que haga…”
Intento comentar: “Algunos críticos hacen su
crítica también a través de fórmulas…”, pero Gabo me interrumpe:
“Críticos no. Políticos. Hay gente que cree que
los novelistas somos historiadores o políticos. Pero no nos pueden pedir que
arreglemos todo. En mi viaje por Suramérica me di cuenta de que la gente,
especialmente la juventud, busca un líder. Y cuando surge un escritor, le piden
que sea líder. No. Nosotros contamos cuentos. Yo escribo ahora lo que me sale del
alma, creo que eso hace más por cambiar la situación, hace más por el país.
Tengo una ideología, y a través del lente de esa ideología veo todo y hago
cuentos. Como le sucede a todo hombre y a todo libro. Caperucita Roja es un
libro que tiene ideología. Eso es inevitable si se es sincero”.
Gabo resume su pensamiento: “Para decirlo de una
vez, el deber revolucionario de un escritor es escribir bien”.
La literatura
latinoamericana ha llegado a su madurez
¿Y los demás escritores latinoamericanos? ¿Los
nuevos escritores? ¿Hay en ellos la misma visión ideológica de la realidad?
“Todos estamos en lo mismo. Contamos el mismo
cuento, no hay 5 novelistas escribiendo 5 novelas, sino una sola novela en
varios tonos, escribimos sobre la misma realidad y cada uno de nosotros muestra
una parte de esa realidad”.
Sin embargo, es un hecho aceptado que los más
jóvenes escritores latinoamericanos conforman, en términos generales, una
tendencia homogénea, y que expresan el rompimiento con un realismo que ha sido
calificado como costumbrista y precario. “No creo que haya un rompimiento
–contradice Gabo–. Asturias y Gallegos son anteriores a nosotros, como lo son
Flaubert y Amadís de Gaula. Lo que sucede es que Flaubert y Amadís de Gaula y
Cervantes eran escritores maduros. Lo que hay en la novela latinoamericana no
es un rompimiento sino una madurez.
El escritor debe ser
rebelde siempre porque la sociedad es infinitamente perfectible
Gabo quiere, a raíz de estas consideraciones,
decir algo especialmente a los jóvenes que aspiran a escribir: “Uno de los
factores de esa madurez está en un hecho muy importante: por primera vez en
Latinoamérica somos escritores profesionales. Cortázar fue el primero que nos
dijo: Vamos a ser escritores, aunque tengamos que morirnos de hambre. Esta actitud
termina por crear conciencia profesional”.
Al desenvolver su pensamiento encuentra otra
inquietud: “También hemos reaccionado contra lo que podría llamarse el escritor
mendicante. Antes los escritores querían ser una carga para la sociedad, que la
sociedad los mantuviera, que los subvencionara. Pero cualquier subvención
compromete al escritor. Y eso es válido para todo tipo de sociedad. Es
terriblemente peligroso, y es algo que me inquieta. En este sentido me
identifico totalmente con lo dicho por Vargas Llosa en su discurso en Caracas.
Nunca he recibido una subvención, una beca, nada por el estilo. Cada centavo me
lo gané con mi máquina de escribir. Ahora puedo vivir de lo que escribo, no
porque escriba mejor ni distinto, sino porque he trabajado 20 años. El escritor
debe mantenerse siempre independiente, debe ser siempre rebelde, en cualquier
sociedad, porque la sociedad es infinitamente perfectible”.
* Entrevista realizada en
noviembre de 1967 y publicada en diciembre en la revista soviética Enfoque Internacional
de la Agencia de Prensa Novosti, Bogotá.
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