¿Vivimos en un mundo caótico o maravilloso? ¿O en la incertidumbre absoluta, donde no podemos predecir nada sobre nuestro futuro? Reproduzco este texto escrito hace algo más de diez años:
Cierto grado de impredecibilidad lo es
solamente en la medida en que el observador está situado en un punto que le
impide la predecibilidad. Si varía este punto, puede aparecer la
predecibilidad. Tratemos de ilustrarlo con un ejemplo.
Acerquémonos a la habitación de un niño
de uno o dos años de edad, en la que se acumulan sus juguetes al lado de otras
pertenencias del bebé: algunas prendas de ropa, unos papeles donde sus padres
intentaron que trazara sus primeros borrones con algunos crayones de colores,
un trozo de pan y otro de fruta que el niño estuvo comiendo mientras jugaba.
Ahora la nodriza lo ha tomado en sus brazos y lo lleva a la tina de baño. Lo
que queda en su habitación es un terrible desorden que, aun siéndolo, a los
ojos de su madre será un desorden encantador. Pero intentemos eludir la
subjetividad de nuestros juicios de valor. Reconozcamos solamente la
impredecibilidad de los diferentes objetos esparcidos en la habitación: ¿dónde
está el chupete? ¿a dónde fue a parar uno de los blancos zapatitos? ¿qué pasó
con la rueda desprendida del pequeño auto de madera de colores que se
desarticuló accidentalmente? Todo es impredecible, mientras no actúe alguna
fuerza exterior, la madre o la nodriza o alguien que comience el proceso de
poner todo otra vez en su sitio.
En esa habitación tenemos, pues, un
ejemplo sencillo de entropía. Pero supongamos que estamos filmando esta escena
y que nuestra cámara está montada sobre una grúa que ahora comienza a elevarse
para mostrarnos, ya no solamente la habitación del niño, sino toda la casa de
sus padres. Ahora podemos observar varias habitaciones: la alcoba paterna, la
del hermanito mayor, la sala de estar, el comedor, la cocina, los baños. Lo
primero que cabe anotar en nuestras observaciones es que las demás habitaciones
aparecen más ordenadas. Sin embargo, en la del hermanito mayor, quien está al
borde de la adolescencia, hay también bastante desorden, menos que en la del
bebé pero más que en la de los padres. Y en la de estos, que acaban de
levantarse del reposo del mediodía,hay algún pequeño desorden: el padre arrojó
al piso, al lado de la cama y sobre la alfombra, el diario que estaba ojeando.
El diario cayó al lado de los zapatos que el padre se quitó para descansar
mejor. En cuanto a la madre, sobre una silla auxiliar está su falda para que no
se arrugue, los zapatos de ella también están en el suelo, una hebilla de
recoger sus cabellos fue colocada en cualquier sitio en el peinador. Desorden
menor que ellos denominarán orden comparado con el estado imperante en las
habitaciones de sus hijos. Nosotros, que estamos observando todo desde una
altura privilegiada, apreciaremos que en el conjunto de la casa hay bastante
orden: en cada habitación están las cosas que deben estar allí. Todo lo del
bebé está reunido en su dormitorio, lo del adolescente en el suyo y así lo de
cada uno de los demás miembros de la familia. Y en el área social, los muebles
y objetos de uso común a toda la familia.
La entropía de la alcoba del bebé se ha
convertido en orden desde otro punto de vista más elevado, más abarcador. ¿En
qué quedamos? ¿Hay orden o desorden en la habitación del bebé? Coexisten los
dos: orden, desde el punto de vista de la casa en su totalidad, desorden desde
el punto de vista del interior de la alcoba infantil.
Continuemos nuestro viaje ascendente.
Ahora nuestra perspectiva nos permite apreciar un área bastante extensa, que
abarca todo el barrio donde vive esta familia. Es un barrio situado en los
límites de una población, donde comienza la transformación de área urbana en
área rural. Fácilmente apreciamos un conjunto ordenado, la manzana donde está
situada la casa, al lado de uno desordenado, los primeros predios rurales que
rompen el trazado de las calles. Nos alejamos más aún, nuestra grúa
cinematográfica se ha transformado en helicóptero que se remonta cada vez más
alto. Si nos desviamos hacia un lado de la aldea, desaparece por completo el
orden urbano. (Estamos viendo el caos de Covarrubias que analizamos en otro
lugar). Las parcelas campesinas no guardan sino un mínimo orden. El conjunto se
ha desordenado. Pero desde otra altura superior, apreciaremos de nuevo otro
ordenamiento: zona rural y zona urbana. El conjunto de casitas que forman la
aldea aparece claramente delimitado en un ángulo del paisaje, mientras que el
resto aparece bellamente salpicado de parcelas con sus pequeñas construcciones
de las que se desprenden columnas de
humo indicando que los campesinos preparan sus comidas. El paisaje nos parece
ahora idílico: inspira paz, tranquilidad, sencillez, y ninguno de nosotros
pensaría en este momento en caos o incertidumbre. ¿Dónde quedó la entropía de
la alcoba del bebé? Ahora es solamente un punto perfectamente situado en el
lugar que le corresponde en todo este panorama.
Este ejemplo seguramente nos permite
apreciar lo que queremos mostrar: la relatividad del concepto de ordenamiento,
relatividad que está determinada del todo por el punto de vista desde donde se
observe el conjunto o el subconjunto.
Algo equivalente sucede en el universo.
Cuando hablamos de entropía en un estado de la materia, vamos a decir, en un
gas que tenemos encerrado en un recipiente de nuestro laboratorio de física,
apreciamos claramente que es un concepto solamente aplicable a ese gas,
aislándolo de todo lo demás que lo rodea. Pues si lo situamos en ese contexto,
desaparecería la idea de desorden: todo lo contrario, está perfectamente
ordenado, colocado en el recipiente que le corresponde.
Nuestro viaje ascendente puede alcanzar
con toda legitimidad las escalas macroscópicas: allí alcanzaremos una visión
universal, holística, que relativiza muchos de nuestros conocimientos[1]
.
Esta concepción de complejidad desde la
teoría matemática de la información permite aclarar algunas interpretaciones
erradas. Un ejemplo lo encontramos en José Covarrubias, arquitecto mexicano que
sigue a Abraham Moles, quien ha trabajado la teoría de la información en
relación con campos como la estética y el diseño, incurre en la equivocación de
denominar caos a un cierto grado de complejidad, estableciendo una condición de
sinonimia entre los dos términos. Caos y complejidad vendrían a ser lo mismo.
Ilustra su pensamiento con las fotografías de dos paisajes urbanos, uno en el
que es fácil apreciar orden, incluso armonía y por lo tanto estética. El otro,
un sector marginal de la ciudad de México en donde ciertamente hay ordenamiento
urbano elemental, espontáneo, pero no armonioso y menos aún estético (si
interpretamos estético como bello). Podría decirse que en el paisaje popular se
halla un nivel elemental de ordenamiento y de estructuración, mientras que en
el otro sector hay mayor complejidad, en cuanto hay más estructura, mayor
orden, un nivel de estructuración y de ordenamiento que denominamos armonía,
belleza.
Pero si observamos el conjunto más
amplio, el de la ciudad en su totalidad, podemos aproximarnos a otra
conclusión: si la información avanza desde niveles elementales hacia los más
complejos, también podemos encontrar que dentro de la complejidad puede
generarse nuevamente la incertidumbre, el caos, el desorden y, por lo tanto, la
entropía.
El conjunto urbano es, en sus comienzos,
un proceso de ordenamiento y estructuración, de información: los arquitectos
urbanos dan forma a ese conjunto. Pero el proceso continúa y al lado del
ordenamiento aparece el desorden: la sociedad no es simple sino altamente
compleja (ha llegado al más intrincado nivel de complejidad como resultado de
un proceso histórico) y dentro de esta complejidad están las pronunciadas
desigualdades sociales. En la cuestión urbana estas desigualdades se expresan
en la apariencia caótica de los sectores de suma pobreza que naturalmente no
pueden construir sus viviendas según el armonioso orden trazado por los
arquitectos y urbanistas, sino en el ordenamiento más elemental: unas al lado
de otras, siguiendo solamente las mínimas posibilidades ofrecidas por el
terreno, por la pobreza de los materiales de construcción, por la insuficiente
habilidad del constructor, etc. El conjunto urbano se desordena: aparece
nuevamente la entropía, la impredecibilidad, la incertidumbre, aunque ahora en
un nivel de otra calidad, puesto que se trata de entropía relativa, no
absoluta. Entropía relativa al proceso total, dentro del cual este
desordenamiento urbano sólo lo es desde un punto de vista, pues desde otro más
amplio no lo es. En síntesis, se trata de un proceso de complejidad en una
espira más elevada del proceso, pero no de caos, si aceptamos que éste define
la entropía absoluta.
Caos
y complejidad en la aldea global.
El ejemplo anterior seguramente puede
ampliarse a otros niveles de análisis. Su desarrollo legítimo nos permite
llegar hasta la situación que atraviesa la sociedad humana en este final del
siglo XX. El siglo de la información y de la comunicación por excelencia: de la
globalización, de la aldea global de McLuhan, nos ofrece la paradoja de un caos
informacional, de una confusión determinada por las trascendentales facilidades
de comunicación creadas por las nuevas tecnologías que contradictoriamente nos
colocan en el nivel de incomunicación de una postmoderna torre de Babel, en la
que no podríamos hablar simplemente de caos lingüístico, la confusión de
lenguas de la leyenda bíblica, sino de un caos semántico o semiológico, la
tremenda confusión de señales, de símbolos y de signos, de mensajes de toda
índole, de sentidos culturales que trazan un panorama, mitad apariencia, mitad
realidad, de caos irreversible.
Al comenzar el siglo 20 (para no
remontarnos muy lejos) la humanidad se regía por un conjunto de conceptos,
ideas y creencias que podríamos calificar de relativamente ordenados. El
racionalismo occidental había conducido al elevado desarrollo de una formación
social, el capitalismo, que comenzaba a ofrecernos prodigiosos resultados de
avance productivo: grandes inventos, grandes unidades productivas y técnicas de
producción, desarrollo inusitado de los medios de transporte, de la industria,
del intercambio. Con la electricidad que nació en el siglo anterior se
desarrolla la industria, la información social, la comunicación social. El
invento del motor de explosión engendra el automóvil moderno que será un factor
poderoso de transformación social y urbana. Le siguen el avión y los grandes
sistemas modernos de transporte como los prodigiosos trenes super veloces
europeos y japoneses. El mundo se estructura alrededor de todos estos avances.
Finalmente se desarrollan los grandes medios de comunicación a escalas masivas:
después de la imprenta que ha llegado a producir la prensa diaria, nacen la
radio, el cine, la televisión, internet… la digitalización de nuestro universo
cultural que amenaza robotizarnos a nosotros mismos. Todo este proceso nucleado
por el desarrollo productivo que ahora tiene como eje principal los gigantescos
conglomerados tanto de la producción como de los mecanismos financieros que los
primeros requieren.
El mundo de final de siglo
es radicalmente diferente del de los inicios. La complejidad social transforma
también la complejidad de los conceptos a través de los cuales el hombre
conoce, estudia y transforma su entorno. Las viejas concepciones se muestran
obsoletas, inútiles, incluso inconvenientes para las necesidades del desarrollo
social en su conjunto. Nuevas interpretaciones de la realidad son generadas por
los adelantos de la ciencia, de la tecnología. Pero el cambio es más lento y
difícil en el escenario de la subjetividad humana. Las costumbres tienden a
prolongarse bajo la forma de tradiciones más allá de las condiciones materiales
que las engendraron. El hombre se resiste a cambiar su manera de pensar, de
interpretar el mundo y, consecuentemente, sus comportamientos tradicionales.
Las mentes más avanzadas (más informadas) adelantan la lucha por imponer la
nueva visión que se desprende de los nuevos conocimientos. La batalla entre las
dos posiciones se acentúa, se exacerba. Los sectores más tradicionalistas se
aferran a los viejos conceptos y más que todo a las viejas creencias y se
levantan con fuerza para defenderlas. Proliferan los movimientos ideológicos
supersticiosos, religiosos, esotéricos, que representan en conjunto (es decir,
sin considerar excepciones ni particularidades) la tendencia defensiva,
instintiva, de regresar a niveles culturales más sencillos y por lo tanto más
fáciles de aceptar, y así defienden las visiones más elementales que equivalen
en general a las más atrasadas, en cuanto son las que están situadas en las
posiciones iniciales del proceso total. El pensamiento de vanguardia avanza con
dificultades, asediado por el tradicionalismo y el conservadurismo, pero
termina abriéndose paso. El espectáculo es, panorámicamente, el de un caos
creciente. Surge incluso una corriente teórica que se basa en el caos y lo
impulsa. Pero también se refuerza la opuesta, la constructora, la informadora.
Lo mismo que en el paisaje urbano, en el cultural la complejidad elevadísima
genera su contrario, la entropía, el regreso a la elementalidad. Elementalidad
y complejidad coexisten en un todo cuya apariencia es la del caos. Sólo la
profundización mediada por el conocimiento hace posible desentrañar la riqueza
de la situación.
[1] Ver Alfonso Monsalve
Ramírez, Teoría de la información y
comunicación social, "Relatividad de la segunda ley de la
termodinámica”, Pág. 117, Ediciones AbyaYala, Quito, 2003. (Esta Entrada en mi
blog es tomada de esta fuente apenas con un par de retoques.
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