Faltan menos de dos semanas para las
elecciones venezolanas y los latinoamericanos que pusieron en la Revolución
Bolivariana todas sus esperanzas de un cambio radical en el estado de cosas de
la región, contienen la respiración a la espera de lo que pueda suceder, sin
atreverse siquiera a parpadear para expresar sus recónditos temores: ¿Bastarán
las medidas de policía tomadas por Maduro al borde del abismo contra la guerra
económica desatada por las clases económicamente dominantes venezolanas,
bastarán esas patadas de ahogado para recuperar al electorado que en abril se
destapó contra el régimen chavista e insufló una poderosa dosis de oxígeno
político a la oposición interna y externa?
Aún aferrándose a la esperanza de que el
gobierno chavista (no queda ya otra señal clara para caracterizarlo) mantenga
la angosta cornisa de votos necesaria, aunque frágil, para no caerse, ¿qué se
espera que pueda seguir de ahí para adelante?
La pregunta planteada sigue vigente:
¿Hacia dónde va esa Revolución? ¿Es posible dar una respuesta precisa a este
interrogante?
La situación es todavía más preocupante,
pues si el rumbo que tome Venezuela atormenta tanto al resto de
latinoamericanos, es porque lo sucedido allá en abril, lo que ha continuado
sucediendo después y lo que puede suceder ahora, ya ha resquebrajado al
conjunto del esperanzador proceso que se expandió ampliamente por el
continente, y esas grietas se parecen mucho a las que abrieron en muros y
estructuras algunos sacudones telúricos que, casi como anuncios de inesperados
oráculos, se han producido en el vecindario continental: ¿se derrumbarán las
edificaciones que aún quedan en pie?
Diferentes voces lo han expresado en
diversas formas: se debilita el movimiento transformador que llegó a anunciarse
como el socialismo del siglo XXI. La integración continental, el más anhelado y
urgente objetivo, tambalea y naturalmente los poderes hegemónicos externos
interesados en impedirla hacen lo suyo para echarla abajo.
La unidad tan esmerada aunque también tan
delicadamente forjada en la UNASUR y CELAC está recibiendo golpes de inocultable
contundencia, en Paraguay, en la Alianza del Pacífico, en Honduras.
La aparente igualdad de metas sociales ha
ido revelando las divergencias reales. Ni Argentina, ni Brasil, ni Uruguay, ni
la concertación chilena están pensando en ningún socialismo.
Y en los países que aún mantienen
levantada la insignia socialista, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, no se quiere oír
hablar de cambios estructurales verdaderos: no se habla ni se quiere hablar de
transformaciones en la estructura de propiedad de los medios de producción y
los líderes respectivos se persignan asustados a la sola mención de la lucha de
clases. Antes bien, esos son temas estigmatizados por los medios de
comunicación capitalistas como antiguallas ideológicas y los nuevos
revolucionarios se han acogido mansamente a estos nuevos dogmas sociológicos
sin explicar cómo se ha llegado a cierto grado de identificación con las bases
del neoliberalismo que se rechaza en el discurso pero que no se toca en la
práctica política, salvo retoques formales en su deslumbrante enchapado
exterior.
En estas condiciones sigue enarbolada la
pregunta: ¿Hacia dónde vamos?
Alfonso Monsalve Ramírez
alfonso-monsalver@hotmail.com
Blog Tardes con Alfonso
(www.tardesconalfonso.blogspot.com)
Noviembre 27 de 2013
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