De la preciosa selección de sus poemas que Jorge Dávila nos viene regalando hace algún tiempo, ayer viernes 30 de
junio nos llegó este, que dio en algún resorte de mi memoria o de mi
sentimiento con particular puntería:
Hora de destruir
el silencio
y pisotearlo,
de coronar
al ruido,
de elevarlo.
Hora de hablar,
decir,
gritar,
aullar,
ladrar,
poner en marcha todos
los motores,
incendiar de discursos
el ambiente
Hora del ruido,
su gloria,
su apoteosis.
Y sin embargo,
en algún sitio,
párpados adentro,
crece callada
una espiga de silencio.
Como todos los que ha
publicado, es poesía grande, sin más adjetivos ni comentarios.
Me trajo el mismo aire de
derrota muda y triunfal a la vez de otro poema que por estos días me ha estado
tarareando dentro del pecho.
Es de León de Greiff, el
poeta colombiano, más precisamente antioqueño, que encabeza mi Parnaso
personal, al lado de García Lorca, Miguel Hernández, César Vallejo, Sor Juana
Inés de la Cruz, Gabriela Mistral, la de Tala, Pablo Neruda, Aurelio Arturo, Walt
Whitmann, Federico Hönderlin, Elizabeth Barrett Browning, Robert Browning y
Robert Frost, Emily Dickinson y unos pocos más, entre los que, por ejemplo,
está Juan Manuel Serrat y en cambio no figura Jorge Luis Borges…
Los motivos para que sean
ellos y no otros son a veces poéticos, a veces cualquier otra causa de poca
significación. Baudelaire porque no lo he leído lo suficiente, de Yeats ni
siquiera un verso, en fin, no es una antología, sino mis compinches en momentos
indelebles de mi vida. ¡Ah!, Pessoa, a quien tuve que hacer a un lado por
simple indefensión…
En cambio figuran varios
de lengua inglesa porque de joven asistí a un curso avanzado de ese idioma cuyo
tema era Poetry…
Pero indudablemente mi
poeta fue siempre León de Greiff, desde que tropecé en la revista Lecturas
Dominicales del diario colombiano El Tiempo con estos dos versos:
De esa gloriola, pasto
para el necio,
no he de beber magüer
perenne sicio…
Que me pararon en seco
como en un estrellón automovilístico y me tuvieron varios años leyendo a De
Greiff día y noche, deshilvanándolo, desenredándolo, divirtiéndome,
desplomándome…
No me prolongo más. El
poema degreiffiano que me hizo recordar esta mañana Jorge Dávila con el suyo,
es este:
Voy a incrustarme en el silencio
de donde no debí salir
Cuando háse de retornar
débese siempre no venir
y en su retiro se quedar:
voy a incrustarme en el silencio.
Es hora tiempo de callar:
lo que se tiene por decir
vale una arena de la mar
o un rebrilleo del zafir.
Voy a incrustarme en el silencio
de donde no debí salir
como no fuera por vagar
en torno al tema del se ir
dentro de sí, que ya es errar.
Voy a incrustarme en el silencio.
Tentadora provocación la del
poeta de Bolombolo.
Julio 1, 2017
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