Los tres
representantes de la política estadounidense que compiten por la presidencia
del país más emblemático del capitalismo son a la vez expresiones de las corrientes
que predominan en el mundo actual.
Hillary Clinton,
casi segura ganadora de esta carrera –todavía queda una delgada pestaña de duda
a favor de Sanders, remember Obama–
es la portaestandarte del gran capital que, por el enorme poder adquirido mediante
la concentración abrumadora de la riqueza, insiste en someter la economía y la
política mundiales a sus intereses e imperativos mediante la diplomacia
imperialista y la fuerza militar.
Culta,
inteligente, audaz, gran luchadora contra los sectores más retadatarios de su
país, orientada hacia soluciones de beneficiencia para los grupos débiles, la
niñez, la mujer, los discriminados por el racismo y los prejuicios sexuales, su
exitosa trayectoria política se apoya en una visión hegemónica teñida de
belicismo y de un sesgo de fundamentalismo religioso muy personal, que quiere
resolver los grandes conflictos internacionales sometiendo a todos los países
al desgastado modelo estadounidense, el otrora pomposo american way of life.
Representa la
corriente principal del capitalismo mundial, su mainstream.
En la orilla
opuesta, Donald Trump, acabado exponente de una extrema derecha pro facista, hace
deliberada ostentación de simplismo y ordinariez como estrategia para aglutinar
a grandes masas retrasadas política, cultural y socialmente, removiendo sus
peores rencores y apetitos primarios. Prevalido de su inmensa fortuna amasada
en negocios que no constituyen ningún progreso económico sino mera explotación
de las más baratas apetencias de esos sectores sociales, erige como modelo su
propia avidez de dinero y más dinero atropellando los valores éticos que haya
que atropellar.
Expresa la ola de
una derecha impredecible que crece en todo el mundo ante la ausencia de
soluciones reales a los males acumulados por el capitalismo en su crisis
general.
Bernie Sanders, el
profeta visionario que clama por rectificaciones profundas, enarbolando inusitadamente
las banderas socialistas, valiente propulsor de propuestas de cambio más
coherentes a favor de los sectores populares y de una clase media en franco
proceso de proletarización, crítico firme de las desastrosas aventuras bélicas
en que gobiernos anteriores han involucrado a su país, es también claro
representante de una izquierda que enciende imprecisas esperanzas por todo el
mundo.
Representa a esta
izquierda en su clamor contra la extrema desigualdad global y contra las graves
amenazas que se ciernen sobre el destino de nuestra especie, pero al mismo
tiempo estancada en propuestas de retoques fiscales, maromas monetaristas y
voluntarismos idealistas fracasados históricamente, empantanada en prejuicos
académicos heredados de las soluciones de fondo que prometió e incumplió el
socialismo por errores de base, y que le impiden definir un norte claro a las
luchas desesperadas que libran los pueblos del mundo.
Publicado en El Telégrafo, 16 de junio de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario