Vergüenza, profunda vergüenza es el
sentimiento que brota espontáneamente cuando se repasan los antecedentes y
protagonistas de la destitución de Dilma Rousseff.
Aun medios de comunicación ortodoxos,
defensores de la “democracia” burguesa, reconocen las hojas de vida sin mancha
de Rousseff y de Lula, a la vez que señalan el perfil inmoral y antiético de
sus acusadores.
El “caso Dilma” es claro: sus jueces son los
imputados, la acusada es la inocente. Verdadero fangal, es la “democracia” que
practican estos delincuentes de cuello blanco, lo mismo en Brasil que en
Argentina, Venezuela, Ecuador y demás países que intentan reformas avanzadas, y
que han triunfado reiteradamente con cifras contundentes: Dilma recalcó con
insistencia los 54 millones de votos que la reeligieron.
Los objetivos del impeachment son, primero, eludir las docenas de investigaciones que
rondan a diferentes políticos. Segundo, cerrar el paso a Lula da Silva, seguro
ganador de las próximas elecciones presidenciales según las encuestas y
pese a las maniobras mediáticas en su contra.
¿Respetan esta “vía democrática” quienes
se dicen sus defensores? Salvador Allende fue el primer presidente
revolucionario en el mundo elegido en elecciones democráticas: cayó sacrificado
por el golpe de estado de Pinochet, títere del gobierno Nixon de los Estados
Unidos, pisoteando sus pregones democráticos. La alternativa era, en esos
tiempos, la lucha armada que se comprobó equivocada en las experiencias
colombiana, argentina, uruguaya y brasileña.
La eclosión posterior de gobiernos
anticapitalistas con Hugo Chávez como primer bombazo y las victorias
revolucionarias democráticas que le siguieron fueron la fructificación de la
semilla allendista.
Ahora las fuerzas reaccionarias están
decididas a patear sin escrúpulos su propia democracia para frenar la racha
progresista.
Momento culminante de la lucha de clases es
este apenas velado golpe de estado que esta “democracia” suicida intenta
replicar en todo el continente.
Se hace urgente reformar desde las raíces
tal “democracia”. Sus bellos principios, sus luminosos Derechos Humanos constituyen
una seductora lista minada por una obligada condición: el dinero como requisito
fundamental para ser realidades. Verdadero dios de la civilización capitalista,
el dinero todo lo determina: los hombres nacen iguales… si tienen dinero para
sustentar esa igualdad. Derecho de pensamiento y de expresión, si se tiene
dinero para comprar los medios de comunicación necesarios. ¿Y qué significa
libertad de empresa, de comercio, de competencia si no tienes el dinero para
adquirir los medios de producción?
¿Qué sigue ahora? El mundo que vivimos es
el de la transparencia informativa. Hoy se destapan, uno tras otro, los engaños
de esta “democracia”, sus comedias, sus trampas y mentiras. Y los pueblos
aprenden.
Democracia de masas, de las masas
oprimidas, será la nueva democracia, ejercida en sus propias acciones de lucha.
Sus manifestaciones ya han comenzado.
Publicado en El Telégrafo, mayo 25 de 2016
alfonsomonsalve.personal@gmail.com
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