La disyuntiva colombiana

Los colombianos nos encontramos ante una disyuntiva vital: elegir entre mantener la situación relativamente normal que vivimos en la actualidad o dejar que suceda lo que sea, que en este caso equivale a abrirle de par en par las puertas a la guerra interna, pero sobre todo a la externa, con todas sus terribles consecuencias.
No se trata simplemente de elegir entre Uribe y Santos. Ni siquiera se trata de elegir entre los diálogos por la paz o volver al conflicto armado. Esta disyuntiva nos sitúa inevitablemente en el entorno regional, en el ámbito de lo que sucede en Latinoamérica y más concretamente en Venezuela.
El propio Uribe se ha encargado de situarla así, con su referencia insistente al castro-chavismo. Cuando resultó elegido senador en las recientes elecciones, en la primera declaración a los medios que le preguntaron cuáles eran sus planes, respondió sin vacilar: combatir al castro-chavismo. Lo ha seguido repitiendo después, dándole más importancia a la problemática regional que a la colombiana. Tampoco hay que olvidar su confesión de que le faltaron pocos meses para invadir a nuestro vecino oriental, ni el hecho real de la entrega de territorio colombiano a los EE.UU. para sus bases militares, objetivo que sí alcanzó a realizar apresuradamente: reabrir esas bases estará en su orden del día más inmediato.
Pero los objetivos y los anhelos del pueblo colombiano no son la guerra sino la paz, no los de atacar a nuestros vecinos ni arreglarle los problemas a otros. Vamos a votar para solucionar los nuestros: y el primero de nuestros propósitos es alcanzar la paz, nuestra paz interna, primero que todo. Desde luego, también la paz externa.
¡Qué bella y qué sencillamente lo dijo nuestro campeón de ciclismo Nairo Quintana en Italia: “Colombia no es guerra, es amor!"
Ni siquiera se trata de atizar sentimientos de odio hacia nadie, ni siquiera ante quienes promueven la guerra. Sino de ver objetivamente –sin odios, serenamente– los hechos: el señor Uribe Velez se ha asignado a sí mismo la tarea de otras fuerzas, muy oscuras, temibles y poderosas, que son el verdadero poder detrás de él. Él no es más que el instrumento ocasional de esas fuerzas externas.
¿Con estos antecedentes, es creíble que su candidato va a suspender “provisionalmente” los diálogos para renovarlos “con condiciones” después? ¿Quién puede creerle a quien se ha visto obligado a desmentirse varias veces en los pocos días que han transcurrido desde la primera vuelta electoral? Una de esas “rectificaciones” fue para borrar su declaración inicial de suspender los diálogos y cambiarla por la de una suspensión “temporal”, sólo para recuperar los votos que se le estaban yendo por su belicismo intransigente.  Después, promete él, vendría la reanudación: pero esto sería solamente para poner a las Farc ante condiciones inaceptables a fin de tener el pretexto que necesita para cerrar definitivamente los diálogos y prolongar el conflicto armado, que tan buenos réditos políticos y financieros le han dado a la derecha colombiana.
No hay duda: Uribe/Zuluaga embarcaría a Colombia en una guerra que todos sabemos dónde puede comenzar pero no hasta dónde puede llegar, pues inevitablemente involucrará a gran parte de la región, con conclusiones desastrosas para nuestro país en todos los órdenes, económico, social y político. ¿Se imaginan ustedes volver a escuchar los señalamientos de castro-chavista a todo el que se atreva a disentir, así como llamaba antes terroristas a todos sus opositores? Ya tuvimos muestras suficientes de a dónde es capaz de llegar este señor de la guerra, agazapado tras de su piel de oveja “piadosa”.
Si el binomio Uribe/Zuluaga llegan al poder, lo que asoma en el horizonte colombiano es el fascismo real, que se ha reactivado en diferentes regiones del mundo que vivimos, y que ahora quiere avivarlo en nuestro continente.
Pero podemos y debemos impedirlo. Votar por Santos tiene en esta ocasión un sentido mucho más allá de identidades ideológicas y políticas: se trata de salvar a Colombia del fascismo internacional. En nuestas manos, en nuestros votos está la decisión.

Alfonso Monsalve Ramírez
Abril 2, 2014



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