Oscurantismo ilustrado[1]

Estamos viviendo una nueva etapa cultural cuya característica central es el predominio de mucha información muy mal asimilada debido a la presión arrolladora de las nuevas tecnologías y de los medios de comunicación que se han convertido en el escenario real de la vida humana. A esta situación de la cultura humana, que se nos aparece como errática y sin la luz de una esperanza a la salida del actual túnel de confusiones, la he denominado oscurantismo cultural, que apunta al núcleo esencial de las conclusiones a donde llegué.

La situación es radicalmente paradójica: la realidad social se ha vuelto infinitamente más compleja, mientras que la cultura tiende a la simplificación. Desde luego, una cultura, y por ende, un lenguaje simplificados no son los instrumentos más adecuados para la comprensión de una realidad social de tan vasta complejidad.
Antes que simplificar la cultura, se requiere profundizarla. Sin embargo, la cultura de masas por definición no puede ser compleja y por tanto no puede ser profunda. No se puede pretender que todos los individuos o siquiera una gran parte de una sociedad sean filósofos ni científicos, pero ni siquiera que tengan la capacitación cultural de la envergadura que requiere la complejidad de la situación. Por el contrario, la cultura de masas es por excelencia superficial, incompleta, liviana, light.
Ahora bien, simultáneamente se da una gran profundización cultural: la ciencia, que cada día dispone de herramientas y métodos más eficaces y seguros, ha alcanzado las más altas cumbres de penetración, mediante el conocimiento, en la realidad del universo y de nuestro lugar dentro de él. La polarización inevitable se agudiza: de un lado, inmensas masas mayoritarias sumidas en la seudo cultura predominante –cultura de masas–, del otro, sectores crecientes en términos absolutos pero cada vez menores en términos relativos, es decir, crecientemente minoritarios, que tienen el privilegio de acceder a los portentosos tesoros que descubren y acumulan el conocimiento científico y la reflexión filosófica.
La filosofía, un saber que tiene por objeto la penetración más allá de las apariencias y de las realidades develadas por la ciencia, así como la síntesis de muchos otros saberes, ha llegado a un punto en que la inmensidad de descubrimientos e información acumulados por la humanidad permite hablar al mismo tiempo de confusión y de riqueza.
Confusión porque se dan, se entrecruzan y se contradicen miles de enfoques, puntos de vista y posiciones ante los fenómenos de la existencia y del conocimiento; riqueza, porque esa diversidad puede enriquecer a quien tenga la capacidad de enfrentarse a ella sin predisposiciones y con la mente totalmente abierta a toda hipótesis y a toda propuesta cognitiva, cultural. De cualquier forma, el prerrequisito hoy es precisamente la mayor capacidad y profundidad para el análisis y la síntesis, para el estudio y la reflexión, para la investigación tanto como para la deducción. Ninguna de estas cualidades caracterizan la línea media de la cultura de masas.
En conclusión, los grandes avances del conocimiento y de la ciencia son privilegio de una reducida minoría, mientras la cultura de masas, que es una seudo cultura, domina sobre la inmensa mayoría.
Se produce entonces una gran diversidad de interpretaciones de la realidad que no coinciden ni entre sí, ni con interpretaciones anteriores. La entropía cultural se incrementa progresivamente, el caos parece apropiarse de la realidad, las confusiones se multiplican conduciendo a la relativización de todos los conceptos, la confianza en el saber se destruye, del escepticismo inicial, nietzcheano, se pasa a una actitud en la que va predominando el desaliento intelectivo, el abandono y la negligencia, y finalmente se impone el derrotismo cultural: nada vale, los valores que la humanidad había venido construyendo durante todos los siglos de su existencia cultural caen en el descrédito y en el menosprecio.
Renacen, en cambio, y se extienden y proliferan, como una vegetación maligna e invasiva, todos los prejuicios más primitivos y atrasados que germinaron en el pensamiento humano en sus épocas originarias o en los momentos más precarios de esfuerzo cultural. Visiones elementales, creencias primitivas, mitos generados por la ignorancia y el prejuicio, y las doctrinas más retardatarias propiciadas por todos esos cauces erráticos retoman inusitada vigencia y fuerza demoledora, acrecentada por nuevas supersticiones y creencias.
Toda la cultura del pasado es descalificada indiscriminadamente, con el argumento de que no ha logrado ofrecer a la humanidad las respuestas que requiere para comprender y usufructuar el mundo en que vive. Lo que se quiere reclamar en realidad no es que no se hayan obtenido tales respuestas, sino que éstas no sean fáciles, rápidas, y lo que así termina imponiéndose es toda explicación superficial, y finalmente toda cultura simplificada y simplificadora.
Son dos las razones principales para que esto suceda así: la primera, que esa simplificación es necesaria para la masificación de la cultura; la segunda, que los intereses del poder se ven favorecidos con esta simplificación cultural, pues en esencia es un nuevo oscurantismo y por tanto el terreno más favorable para la dominación de grandes masas humanas. Hay una relación directa y proporcional entre nivel de ignorancia y docilidad social.
En estas condiciones, se da este nuevo tipo de oscurantismo paradójicamente nutrido por esos volúmenes de saber: un oscurantismo ilustrado. La explicación hay que encontrarla en el hecho de que la asimilación de tal cantidad de conocimientos no puede alcanzarse en la misma dimensión masiva. Como sucede con los alimentos materiales, su ingesta excesiva se convierte en su contrario, en indigestión. La humanidad está indigesta de conocimiento, de información. Los formidables avances de la ciencia, del conocimiento se han dado a  velocidad mucho mayor que la capacitación para digerirlos.
El rasgo cultural más general de la sociedad humana en el momento actual es el de una deficiente y deformada apropiación del saber. Es la asimilación a medias del conocimiento, con el resultado de una cultura hecha de medias verdades o de verdades a medias y, por último, de una mediocridad cultural generalizada: globalizada.
Es la cultura que se ha forjado en los medios masivos de comunicación: en la lectura del comentario de prensa, breve y liviano, light, en la crónica de la revista trivial, light, en el programa de radio o de televisión entretenido, superficial, light, en el spot publicitario necesariamente light, en la página web organizada de manera fácil, práctica, light, en el buscador de Internet que a consultas rápidas ofrece respuestas rápidas, light. No en los libros, no en las bibliotecas, no en los laboratorios ni en la academia, no en el estudio detenido y concienzudo, sino en las rápidas y pálidas pinceladas culturales con las que los medios masivos y la red electrónica construyen la cultura de hoy[2]. Y los medios masivos, recordémoslo una vez más, son un aparato mundial formado por una docena de grandes grupos financieros que dominan la comunicación y, por medio de ella, la cultura mundial.




[1] Tomado de mi libro Palabra (im)presa, Del libro a los medios, Colección Luna de Papel, Ensayo, de la Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, Quito, 2008
[2] “Un hecho catastrófico, el de la «muerte de la cultura» en general y la sustitución de ella por la producción y el consumo de eventos de diversión y entretenimiento, programados para una sociedad convertida en simple espectadora de su propio destino”. Bolívar Echeverría, Vuelta de siglo, Caracas,  2006.

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