Estamos
viviendo una nueva etapa cultural cuya característica central es el predominio
de mucha información muy mal asimilada debido a la presión arrolladora de las
nuevas tecnologías y de los medios de comunicación que se han convertido en el
escenario real de la vida humana. A esta situación de la cultura humana, que se
nos aparece como errática y sin la luz de una esperanza a la salida del actual
túnel de confusiones, la he denominado oscurantismo cultural,
que apunta al núcleo esencial de las conclusiones a donde llegué.
La situación es
radicalmente paradójica: la realidad social se ha vuelto infinitamente más
compleja, mientras que la cultura tiende a la simplificación. Desde luego, una
cultura, y por ende, un lenguaje simplificados no son los instrumentos más
adecuados para la comprensión de una realidad social de tan vasta complejidad.
Antes que
simplificar la cultura, se requiere profundizarla. Sin embargo, la cultura de
masas por definición no puede ser compleja y por tanto no puede ser profunda.
No se puede pretender que todos los individuos o siquiera una gran parte de una
sociedad sean filósofos ni científicos, pero ni siquiera que tengan la
capacitación cultural de la envergadura que requiere la complejidad de la
situación. Por el contrario, la cultura de masas es por excelencia superficial,
incompleta, liviana, light.
Ahora bien, simultáneamente se da una gran
profundización cultural: la ciencia, que cada día dispone de herramientas y
métodos más eficaces y seguros, ha alcanzado las más altas cumbres de
penetración, mediante el conocimiento, en la realidad del universo y de nuestro
lugar dentro de él. La polarización inevitable se agudiza: de un lado, inmensas
masas mayoritarias sumidas en la seudo cultura predominante –cultura de masas–,
del otro, sectores crecientes en términos absolutos pero cada vez menores en
términos relativos, es decir, crecientemente minoritarios, que tienen el
privilegio de acceder a los portentosos tesoros que descubren y acumulan el
conocimiento científico y la reflexión filosófica.
La filosofía,
un saber que tiene por objeto la penetración más allá de las apariencias y de
las realidades develadas por la ciencia, así como la síntesis de muchos otros
saberes, ha llegado a un punto en que la inmensidad de descubrimientos e
información acumulados por la humanidad permite hablar al mismo tiempo de
confusión y de riqueza.
Confusión
porque se dan, se entrecruzan y se contradicen miles de enfoques, puntos de
vista y posiciones ante los fenómenos de la existencia y del conocimiento;
riqueza, porque esa diversidad puede enriquecer a quien tenga la capacidad de
enfrentarse a ella sin predisposiciones y con la mente totalmente abierta a
toda hipótesis y a toda propuesta cognitiva, cultural. De cualquier forma, el
prerrequisito hoy es precisamente la mayor capacidad y profundidad para el
análisis y la síntesis, para el estudio y la reflexión, para la investigación
tanto como para la deducción. Ninguna de estas cualidades caracterizan la línea
media de la cultura de masas.
En conclusión,
los grandes avances del conocimiento y de la ciencia son privilegio de una
reducida minoría, mientras la cultura de masas, que es una seudo cultura,
domina sobre la inmensa mayoría.
Se produce
entonces una gran diversidad de interpretaciones de la realidad que no
coinciden ni entre sí, ni con interpretaciones anteriores. La entropía cultural
se incrementa progresivamente, el caos parece apropiarse de la realidad, las
confusiones se multiplican conduciendo a la relativización de todos los
conceptos, la confianza en el saber se destruye, del escepticismo inicial,
nietzcheano, se pasa a una actitud en la que va predominando el desaliento
intelectivo, el abandono y la negligencia, y finalmente se impone el derrotismo
cultural: nada vale, los valores que la humanidad había venido construyendo
durante todos los siglos de su existencia cultural caen en el descrédito y en
el menosprecio.
Renacen, en
cambio, y se extienden y proliferan, como una vegetación maligna e invasiva,
todos los prejuicios más primitivos y atrasados que germinaron en el
pensamiento humano en sus épocas originarias o en los momentos más precarios de
esfuerzo cultural. Visiones elementales, creencias primitivas, mitos generados
por la ignorancia y el prejuicio, y las doctrinas más retardatarias propiciadas
por todos esos cauces erráticos retoman inusitada vigencia y fuerza demoledora,
acrecentada por nuevas supersticiones y creencias.
Toda la cultura
del pasado es descalificada indiscriminadamente, con el argumento de que no ha
logrado ofrecer a la humanidad las respuestas que requiere para comprender y
usufructuar el mundo en que vive. Lo que se quiere reclamar en realidad no es
que no se hayan obtenido tales respuestas, sino que éstas no sean fáciles,
rápidas, y lo que así termina imponiéndose es toda explicación superficial, y
finalmente toda cultura simplificada y simplificadora.
Son dos las
razones principales para que esto suceda así: la primera, que esa
simplificación es necesaria para la masificación de la cultura; la segunda, que
los intereses del poder se ven favorecidos con esta simplificación cultural,
pues en esencia es un nuevo oscurantismo y por tanto el terreno más favorable
para la dominación de grandes masas humanas. Hay una relación directa y
proporcional entre nivel de ignorancia y docilidad social.
En estas
condiciones, se da este nuevo tipo de oscurantismo paradójicamente nutrido por
esos volúmenes de saber: un oscurantismo ilustrado. La explicación hay que
encontrarla en el hecho de que la asimilación de tal cantidad de conocimientos
no puede alcanzarse en la misma dimensión masiva. Como sucede con los alimentos
materiales, su ingesta excesiva se convierte en su contrario, en indigestión.
La humanidad está indigesta de conocimiento, de información. Los formidables
avances de la ciencia, del conocimiento se han dado a velocidad mucho mayor que la capacitación
para digerirlos.
El rasgo
cultural más general de la sociedad humana en el momento actual es el de una
deficiente y deformada apropiación del saber. Es la asimilación a medias del
conocimiento, con el resultado de una cultura hecha de medias verdades o de
verdades a medias y, por último, de una mediocridad cultural generalizada: globalizada.
Es la cultura
que se ha forjado en los medios masivos de comunicación: en la lectura del
comentario de prensa, breve y liviano, light,
en la crónica de la revista trivial, light,
en el programa de radio o de televisión entretenido, superficial, light, en el spot publicitario
necesariamente light, en la página
web organizada de manera fácil, práctica, light,
en el buscador de Internet que a consultas rápidas ofrece respuestas rápidas, light. No en los libros, no en las
bibliotecas, no en los laboratorios ni en la academia, no en el estudio
detenido y concienzudo, sino en las rápidas y pálidas pinceladas culturales con
las que los medios masivos y la red electrónica construyen la cultura de hoy[2].
Y los medios masivos, recordémoslo una vez más, son un aparato mundial formado
por una docena de grandes grupos financieros que dominan la comunicación y, por
medio de ella, la cultura mundial.
[1] Tomado de mi libro Palabra (im)presa, Del libro a los medios,
Colección Luna de Papel, Ensayo, de la Campaña Nacional Eugenio Espejo por el
Libro y la Lectura, Quito, 2008
[2] “Un hecho catastrófico,
el de la «muerte de la cultura» en general y la sustitución de ella por la
producción y el consumo de eventos de diversión y entretenimiento, programados
para una sociedad convertida en simple espectadora de su propio destino”.
Bolívar Echeverría, Vuelta de siglo,
Caracas, 2006.
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