Caos y complejidad

    
¿Vivimos en un mundo caótico o maravilloso? ¿O en la incertidumbre absoluta, donde no podemos predecir nada sobre nuestro futuro? Reproduzco este texto escrito hace algo más de diez años:

   Cierto grado de impredecibilidad lo es solamente en la medida en que el observador está situado en un punto que le impide la predecibilidad. Si varía este punto, puede aparecer la predecibilidad. Tratemos de ilustrarlo con un ejemplo.
Acerquémonos a la habitación de un niño de uno o dos años de edad, en la que se acumulan sus juguetes al lado de otras pertenencias del bebé: algunas prendas de ropa, unos papeles donde sus padres intentaron que trazara sus primeros borrones con algunos crayones de colores, un trozo de pan y otro de fruta que el niño estuvo comiendo mientras jugaba. Ahora la nodriza lo ha tomado en sus brazos y lo lleva a la tina de baño. Lo que queda en su habitación es un terrible desorden que, aun siéndolo, a los ojos de su madre será un desorden encantador. Pero intentemos eludir la subjetividad de nuestros juicios de valor. Reconozcamos solamente la impredecibilidad de los diferentes objetos esparcidos en la habitación: ¿dónde está el chupete? ¿a dónde fue a parar uno de los blancos zapatitos? ¿qué pasó con la rueda desprendida del pequeño auto de madera de colores que se desarticuló accidentalmente? Todo es impredecible, mientras no actúe alguna fuerza exterior, la madre o la nodriza o alguien que comience el proceso de poner todo otra vez en su sitio.
En esa habitación tenemos, pues, un ejemplo sencillo de entropía. Pero supongamos que estamos filmando esta escena y que nuestra cámara está montada sobre una grúa que ahora comienza a elevarse para mostrarnos, ya no solamente la habitación del niño, sino toda la casa de sus padres. Ahora podemos observar varias habitaciones: la alcoba paterna, la del hermanito mayor, la sala de estar, el comedor, la cocina, los baños. Lo primero que cabe anotar en nuestras observaciones es que las demás habitaciones aparecen más ordenadas. Sin embargo, en la del hermanito mayor, quien está al borde de la adolescencia, hay también bastante desorden, menos que en la del bebé pero más que en la de los padres. Y en la de estos, que acaban de levantarse del reposo del mediodía,hay algún pequeño desorden: el padre arrojó al piso, al lado de la cama y sobre la alfombra, el diario que estaba ojeando. El diario cayó al lado de los zapatos que el padre se quitó para descansar mejor. En cuanto a la madre, sobre una silla auxiliar está su falda para que no se arrugue, los zapatos de ella también están en el suelo, una hebilla de recoger sus cabellos fue colocada en cualquier sitio en el peinador. Desorden menor que ellos denominarán orden comparado con el estado imperante en las habitaciones de sus hijos. Nosotros, que estamos observando todo desde una altura privilegiada, apreciaremos que en el conjunto de la casa hay bastante orden: en cada habitación están las cosas que deben estar allí. Todo lo del bebé está reunido en su dormitorio, lo del adolescente en el suyo y así lo de cada uno de los demás miembros de la familia. Y en el área social, los muebles y objetos de uso común a toda la familia.
La entropía de la alcoba del bebé se ha convertido en orden desde otro punto de vista más elevado, más abarcador. ¿En qué quedamos? ¿Hay orden o desorden en la habitación del bebé? Coexisten los dos: orden, desde el punto de vista de la casa en su totalidad, desorden desde el punto de vista del interior de la alcoba infantil.
Continuemos nuestro viaje ascendente. Ahora nuestra perspectiva nos permite apreciar un área bastante extensa, que abarca todo el barrio donde vive esta familia. Es un barrio situado en los límites de una población, donde comienza la transformación de área urbana en área rural. Fácilmente apreciamos un conjunto ordenado, la manzana donde está situada la casa, al lado de uno desordenado, los primeros predios rurales que rompen el trazado de las calles. Nos alejamos más aún, nuestra grúa cinematográfica se ha transformado en helicóptero que se remonta cada vez más alto. Si nos desviamos hacia un lado de la aldea, desaparece por completo el orden urbano. (Estamos viendo el caos de Covarrubias que analizamos en otro lugar). Las parcelas campesinas no guardan sino un mínimo orden. El conjunto se ha desordenado. Pero desde otra altura superior, apreciaremos de nuevo otro ordenamiento: zona rural y zona urbana. El conjunto de casitas que forman la aldea aparece claramente delimitado en un ángulo del paisaje, mientras que el resto aparece bellamente salpicado de parcelas con sus pequeñas construcciones de las  que se desprenden columnas de humo indicando que los campesinos preparan sus comidas. El paisaje nos parece ahora idílico: inspira paz, tranquilidad, sencillez, y ninguno de nosotros pensaría en este momento en caos o incertidumbre. ¿Dónde quedó la entropía de la alcoba del bebé? Ahora es solamente un punto perfectamente situado en el lugar que le corresponde en todo este panorama.
Este ejemplo seguramente nos permite apreciar lo que queremos mostrar: la relatividad del concepto de ordenamiento, relatividad que está determinada del todo por el punto de vista desde donde se observe el conjunto o el subconjunto.
Algo equivalente sucede en el universo. Cuando hablamos de entropía en un estado de la materia, vamos a decir, en un gas que tenemos encerrado en un recipiente de nuestro laboratorio de física, apreciamos claramente que es un concepto solamente aplicable a ese gas, aislándolo de todo lo demás que lo rodea. Pues si lo situamos en ese contexto, desaparecería la idea de desorden: todo lo contrario, está perfectamente ordenado, colocado en el recipiente que le corresponde.
Nuestro viaje ascendente puede alcanzar con toda legitimidad las escalas macroscópicas: allí alcanzaremos una visión universal, holística, que relativiza muchos de nuestros conocimientos[1] .
Esta concepción de complejidad desde la teoría matemática de la información permite aclarar algunas interpretaciones erradas. Un ejemplo lo encontramos en José Covarrubias, arquitecto mexicano que sigue a Abraham Moles, quien ha trabajado la teoría de la información en relación con campos como la estética y el diseño, incurre en la equivocación de denominar caos a un cierto grado de complejidad, estableciendo una condición de sinonimia entre los dos términos. Caos y complejidad vendrían a ser lo mismo. Ilustra su pensamiento con las fotografías de dos paisajes urbanos, uno en el que es fácil apreciar orden, incluso armonía y por lo tanto estética. El otro, un sector marginal de la ciudad de México en donde ciertamente hay ordenamiento urbano elemental, espontáneo, pero no armonioso y menos aún estético (si interpretamos estético como bello). Podría decirse que en el paisaje popular se halla un nivel elemental de ordenamiento y de estructuración, mientras que en el otro sector hay mayor complejidad, en cuanto hay más estructura, mayor orden, un nivel de estructuración y de ordenamiento que denominamos armonía, belleza.
Pero si observamos el conjunto más amplio, el de la ciudad en su totalidad, podemos aproximarnos a otra conclusión: si la información avanza desde niveles elementales hacia los más complejos, también podemos encontrar que dentro de la complejidad puede generarse nuevamente la incertidumbre, el caos, el desorden y, por lo tanto, la entropía.
El conjunto urbano es, en sus comienzos, un proceso de ordenamiento y estructuración, de información: los arquitectos urbanos dan forma a ese conjunto. Pero el proceso continúa y al lado del ordenamiento aparece el desorden: la sociedad no es simple sino altamente compleja (ha llegado al más intrincado nivel de complejidad como resultado de un proceso histórico) y dentro de esta complejidad están las pronunciadas desigualdades sociales. En la cuestión urbana estas desigualdades se expresan en la apariencia caótica de los sectores de suma pobreza que naturalmente no pueden construir sus viviendas según el armonioso orden trazado por los arquitectos y urbanistas, sino en el ordenamiento más elemental: unas al lado de otras, siguiendo solamente las mínimas posibilidades ofrecidas por el terreno, por la pobreza de los materiales de construcción, por la insuficiente habilidad del constructor, etc. El conjunto urbano se desordena: aparece nuevamente la entropía, la impredecibilidad, la incertidumbre, aunque ahora en un nivel de otra calidad, puesto que se trata de entropía relativa, no absoluta. Entropía relativa al proceso total, dentro del cual este desordenamiento urbano sólo lo es desde un punto de vista, pues desde otro más amplio no lo es. En síntesis, se trata de un proceso de complejidad en una espira más elevada del proceso, pero no de caos, si aceptamos que éste define la entropía absoluta.

Caos y complejidad en la aldea global.
El ejemplo anterior seguramente puede ampliarse a otros niveles de análisis. Su desarrollo legítimo nos permite llegar hasta la situación que atraviesa la sociedad humana en este final del siglo XX. El siglo de la información y de la comunicación por excelencia: de la globalización, de la aldea global de McLuhan, nos ofrece la paradoja de un caos informacional, de una confusión determinada por las trascendentales facilidades de comunicación creadas por las nuevas tecnologías que contradictoriamente nos colocan en el nivel de incomunicación de una postmoderna torre de Babel, en la que no podríamos hablar simplemente de caos lingüístico, la confusión de lenguas de la leyenda bíblica, sino de un caos semántico o semiológico, la tremenda confusión de señales, de símbolos y de signos, de mensajes de toda índole, de sentidos culturales que trazan un panorama, mitad apariencia, mitad realidad, de caos irreversible.
Al comenzar el siglo 20 (para no remontarnos muy lejos) la humanidad se regía por un conjunto de conceptos, ideas y creencias que podríamos calificar de relativamente ordenados. El racionalismo occidental había conducido al elevado desarrollo de una formación social, el capitalismo, que comenzaba a ofrecernos prodigiosos resultados de avance productivo: grandes inventos, grandes unidades productivas y técnicas de producción, desarrollo inusitado de los medios de transporte, de la industria, del intercambio. Con la electricidad que nació en el siglo anterior se desarrolla la industria, la información social, la comunicación social. El invento del motor de explosión engendra el automóvil moderno que será un factor poderoso de transformación social y urbana. Le siguen el avión y los grandes sistemas modernos de transporte como los prodigiosos trenes super veloces europeos y japoneses. El mundo se estructura alrededor de todos estos avances. Finalmente se desarrollan los grandes medios de comunicación a escalas masivas: después de la imprenta que ha llegado a producir la prensa diaria, nacen la radio, el cine, la televisión, internet… la digitalización de nuestro universo cultural que amenaza robotizarnos a nosotros mismos. Todo este proceso nucleado por el desarrollo productivo que ahora tiene como eje principal los gigantescos conglomerados tanto de la producción como de los mecanismos financieros que los primeros requieren.
El mundo de final de siglo es radicalmente diferente del de los inicios. La complejidad social transforma también la complejidad de los conceptos a través de los cuales el hombre conoce, estudia y transforma su entorno. Las viejas concepciones se muestran obsoletas, inútiles, incluso inconvenientes para las necesidades del desarrollo social en su conjunto. Nuevas interpretaciones de la realidad son generadas por los adelantos de la ciencia, de la tecnología. Pero el cambio es más lento y difícil en el escenario de la subjetividad humana. Las costumbres tienden a prolongarse bajo la forma de tradiciones más allá de las condiciones materiales que las engendraron. El hombre se resiste a cambiar su manera de pensar, de interpretar el mundo y, consecuentemente, sus comportamientos tradicionales. Las mentes más avanzadas (más informadas) adelantan la lucha por imponer la nueva visión que se desprende de los nuevos conocimientos. La batalla entre las dos posiciones se acentúa, se exacerba. Los sectores más tradicionalistas se aferran a los viejos conceptos y más que todo a las viejas creencias y se levantan con fuerza para defenderlas. Proliferan los movimientos ideológicos supersticiosos, religiosos, esotéricos, que representan en conjunto (es decir, sin considerar excepciones ni particularidades) la tendencia defensiva, instintiva, de regresar a niveles culturales más sencillos y por lo tanto más fáciles de aceptar, y así defienden las visiones más elementales que equivalen en general a las más atrasadas, en cuanto son las que están situadas en las posiciones iniciales del proceso total. El pensamiento de vanguardia avanza con dificultades, asediado por el tradicionalismo y el conservadurismo, pero termina abriéndose paso. El espectáculo es, panorámicamente, el de un caos creciente. Surge incluso una corriente teórica que se basa en el caos y lo impulsa. Pero también se refuerza la opuesta, la constructora, la informadora. Lo mismo que en el paisaje urbano, en el cultural la complejidad elevadísima genera su contrario, la entropía, el regreso a la elementalidad. Elementalidad y complejidad coexisten en un todo cuya apariencia es la del caos. Sólo la profundización mediada por el conocimiento hace posible desentrañar la riqueza de la situación.





[1] Ver Alfonso Monsalve Ramírez, Teoría de la información y comunicación social, "Relatividad de la segunda ley de la termodinámica”, Pág. 117, Ediciones AbyaYala, Quito, 2003. (Esta Entrada en mi blog es tomada de esta fuente apenas con un par de retoques.

LOCOMBIA: ¿Santa inquisición o Democracia terrorista?


¿Qué pasa en Locombia?
¡Dichosos locombianos, dichoso país, el más feliz del mundo! Aquí no han llegado los vientos tempestuosos que azotan al resto de Latinoamérica, donde las discusiones son para decidir entre diferentes formas de socialismo. No, aquí, en Locombia, son para elegir entre democracia o inquisición.
El debate se inicia todas las mañanas, a las seis en punto, hora de la campana que es la voz de Dios, hora del Angelus, Angelus domini nuntiabit Maria, y de la Santa Misa en el púlpito del Gran Capital, la pantalla donde se oficia el rito del primer sermón cotidiano, y del himno nacional, patriótico, nacionalista, ultra chauvinista, ¡Oh júbilo inmortal!
La civilizada polémica está perdiéndola, según parece, la Democracia, la liberal, la burguesa, la de las elecciones libres y el voto sagrado, y va ganándola la Inquisición, la de las grandes hogueras para quemar vivas, por terminante decisión del Gran Inquisidor y bajo la mirada emocionada, casi llorosa y siempre discreta del Gran Tartufo, a las brujas terroristas vestidas de civil.
¡Inquisición, Bendita Inquisición, Santa inquisición! Santa ira la del Gran Torquemada proclamando desde su Santo Púlpito su victoria sobre el último terrorista vestido de civil que tuvo la osadía, el inaudito descaro de pretender atentar contra el Santo Templo, contra la Libre Empresa y la Libre Competencia! ¡Oh iniquidad, oh perversión! ¡Oh pecado peor que todo pecado, recemos, recemos, recemos!
Los signos del fin del mundo y del Juicio Final están ahí: ¡ved, mirad, contemplad lo que está pasando: multitudes vociferantes invadiendo la Plaza de Bolívar de Bogotá, pidiendo democracia! ¡Es el fin de los tiempos! ¡Oremos, arrepintámonos de todos nuestros pecados, de nuestra debilidades, del horroroso error de votar por un guerrillero vestido de civil que, claro, osó despojar de sus millonarios contratos a los sempiternos empresarios privados entre los que el Gran Inquisidor ha escuchado algún apellido que despierta en él estremecimientos de veneración, de piadoso éxtasis!
Por fortuna, no todo está perdido. Ahí está el Gran Predicador, trepidante de santa preocupación, increpándonos a todos los felices locombianos desde el Gran Púlpito: ¿Que pasa en Locombia? ¿Qué sucede en este país donde no se debaten Grandes Ideas, en este reino de las Mayúsculas Intocables donde no se presentan soluciones? ¿Donde se pretende firmar un acuerdo de paz que amenaza con resultar triunfante…? Perdón, corrijo: ¿Que pasa con los diálogos de paz?
Y actuando en estricta coherencia nos lanza desde su pantalla, el Gran Púlpito del Gran Capital Financiero, la verdadera solución (él sí propone soluciones): ¡Nada de multitudinarias manifestaciones que mancillan (son pueblo, pueblo raso, sucio pueblo) la Plaza de Bolívar, nada de Marchas Patrióticas! ¡No!
¡Gran Peregrinación!
Encabezando, investido de sus ornamentos ceremoniales el Inquisidor Mayor, estremecido de Ira Santa, dirigiendo la Gran Cruzada en defensa de la Libre Empresa Capitalista, confesando paladinamente que ese es el terrible delito cometido por este guerrillero terrorista vestido de civil quien, por esas debilidades democráticas del pobre pueblo, el pueblo pobre, se ha tomado la alcaldía de la Gran Ciudad.
A continuación, llevada sobre los hombros de Valientes Sicarios, perdón, Templarios de la Sagrada Orden de los Encapuchados, la Gran Constitución, la Nueva Biblia donde, como se atrevió a decir uno de esos Terroristas Ideológicos (coautor nada menos que del manifiesto comunista), se proclama en el enunciado general la Libertad, y en el articulado particular la negación de la libertad. Más atrás, el Gran Presidente enarbolando un bello estandarte preciosamente bordado con la leyenda “ES LA LEY”. Y luego, respaldándolo con sus cascos y sus tanques y sus ultra modernos drones, el Gran Mariscal vestido de civil, modelo de lealtad, anunciando con trompetas triunfales la liquidación de cabecillas de terroristas, en indiscutible demostración de apoyo a esos diálogos con Luzbel, perdón, con los Malolientes Terroristas, que se realizan en La Habana.
Sigue en el fervoroso desfile un modesto destacamento del pueblo colombiano, feliz, feliz, feliz, arrastrando su pesada canasta familiar colmada de alimentos traídos desde el Gran País del Norte gracias al Gran TLC, pero feliz, feliz, feliz en su embrutecida felicidad alcohólica, ¡un aguardiente, por favor!
Más atrás, el Guerrillero Vestido de Civil ahora agobiado por las acusaciones de intentar limpiar a la Ciudad de todas estas basura medievales, arrastrando su cruz, esa maldita urna con los dos millones de votos que ahora deberán alimentar las hogueras de Libros Prohibidos encendidas por el Gran Inquisidor.
Tras él, la Pietá, no la de Miguel Ángel sino la insoportable mestiza cuyo solo nombre, Piedad, otra vez Piedad, saca de casillas al Gran Presidente como nadie más logra hacerlo porque le revuelve sus entrañas clasistas.
Cerrando el cortejo, el Gran Tartufo, discreto, siempre discreto, persignándose regocijadamente cada vez que recuerda las proezas de limpieza social de sus Cruzados, trinando de felicidad, su mano derecha enarbolando su lema triunfal, “¡Díganme Paramilitar!”, su mano izquierda puesta sobre su Gran Corazón palpitante de urabeña emoción, impartiendo bendiciones a diestra y siniestra (a derecha e izquierda), en el nombre del padre y de los hijos y del sabio espíritu contratista, Amen.
Entre tanto el Gran Predicador, modelo de amor a la verdad, a la objetividad, a la honestidad informativa, deja de contemplarse en su amada pantalla y, en celestial arrobamiento, entrecerrando los ojos, sueña con el asombroso espectáculo que, todo propositivo él, todo asertivo él, presenta desde su Púlpito como la Gran Solución: esta Santa Peregrinación al santuario de nuestra Libertad, el 20 de Julio.
Pero no a la casa del florero, no a la plaza de bolívar, sino a ese barrio del sur famoso no por su nombre, sino porque allí está el Gran Santuario donde se venera al primoroso muñequito de yeso calculadamente maquillado para exacerbar el sentimiento maternal de las mujeres más humildes, las más elementales.
¡Bendito Espectáculo, Maravilloso Espectáculo, Conmovedor Espectáculo esta Gran Peregrinación de todos los locombianos para pedirle al Divino Niño que nos haga el milagrito!
¡Así sea!


Enero de 2014

Allegro cantabile

Para Gloria, in excelsis

¡Qué ganas de hacer música!
¡Qué ganas de subirse a la copa de un árbol y cantar!
De sacar mi pequeña dulzaina y en una loma
extender mi corazón al viento.
de tomar mis pinceles sonoros
y pintarme de himno en acuarelas,
de repintar de ancho a ancho todo el azul del cielo,
corearlo en arco iris,
sentarme en la rama del verde limonero
y hablar de hoja a hoja
con el sol y la hormiga
el cogollo y la nube.

Qué ganas de subir por el hilo
de mi cometa y muy arriba
echar a volar
mis dedos en rebaño, mis coros de aleluyas
y quedarme mirando
cómo caen al césped
se enredan en el trébol
cómo picotean los dedos de los niños.

Qué ganas de hacer música.
De acaballarme en las alas del pato de Nils Holgerssen
y atravesar de nuevo el país de mi infancia
reino donde nunca se ponía el sol
verdes atardeceres
molinos de viento de papel
sábanas de espigas de oro
y mirar desde el cielo
mis bosques y mis ríos
mis primeras praderas
mi primer aleteo.
Nils, compañero
de estudios y silencios,
ahora que te veo, ¿qué fue de vos?

Qué ganas de más ganas,
qué ganas de senderos
escarpados
qué ganas de lunas
en las tardes
qué ganas de montañas azules
de palomas azules
de muchachas azules
de faldas levantadas en el prado
qué ganas de caminos
tendidos como cebras dormidas en el sol
de los venados
qué ganas de eucaliptos jirafas de plata
qué ganas de un muro de piedras
con corona de higos
y clavarme espinas en los dedos
atrapando las tunas de rojo corazón.

Qué ganas de duraznos prohibidos
qué ganas de una muchacha alada
y primavera
de su vientre con lunas y amapolas
de su ombligo de violeta caída
en mar de leche y abejas
de su nido de miel
a escondidas de nuestro ángel de la guarda
qué ganas de pecados veniales
y mortales
qué ganas de infiernos en el pecho
de condenas eternas allegro molto
molto allegro
tropo vivace
qué ganas de quemarme en el fuego
del sexo de los ángeles
caídos.

Qué ganas de tomar el tren
a través del aroma de cafetales y quebrada
de monjas lavanderas desnudas hasta el muslo
descender al camino de los zapatos
nuevos
que me maltratan en mi madre y en mi tía
qué ganas de mi bicicleta
gitana de canciones repetidas
en radio santa fe y radio estrella
qué ganas del bolero de Los Panchos
del libro de dibujo y las aventuras de Rip Kirby
y ese retrato de mi hermano Jesús
retratado en sus golpes tan duros en la vida
qué ganas de hacer música
yo no sé.

Qué ganas de una cancha de fútbol
con música de viento en las sienes
y de hacerle a la vida
el mejor tiro de esquina
el mejor gol del partido.

Qué ganas de mi madre
moliendo en la cocina
olores amorosos
albahacas y nostalgias
qué ganas de su sopa de arroz
con estrellas de arvejas
y rosas zanahorias.

Qué ganas de mi padre
jugando a carpintero
clavándole a la vida
sus cuatro tablas burras
sus coros de puntillas en el día
y mirando a través de sus escoplos
cómo le iban quedando su sueños
de josés y marías.

Que ganas de la ronda
de todos mis hermanos
qué ganas de reunir la gallada del barrio
danzar en remolino
de astros y planetas
y en el centro del sol sonoro
la maestra que gobierna
el canto
y la danza
y los días
y el mundo
y el cielo y las mañanas.

* * *

Qué ganas de hacer música.
De trabajar mi dardo punto a punto
poro a poro
de edificar en azul y lejanías
el domo para su vuelo
y tender mi arco
tensionarlo a punto de cantata
extremar cada extremo
y en la tela del tiempo dilatado
disparar esta rosa trepidante
como un amoroso proyectil
hacia el fin
hacia el nunca
hacia dios
hacia el fondo de mis propios zapatos
hacia el primer día
hacia la primera mañana cantada a imagen
y semejanza
de mis notas
de mis escamas
de mi piel en vivo.

Qué ganas de hacer esto que estoy haciendo.
De reunir en torno mío
a Fray Luis
puesto el atento oído
al son dulce acordado
del plectro sabiamente meneado,
a Juan Sebastián
y su fuga en tono golondrina molto cantabile
a León el amigo le Gris
el de mi juventud del tiempo perdido
dura lasca de corindón,
vislumbre oscura,
a este nuevo amigo
Stefan de Dublín
conocido en el barrio como James el jesuita
muchacho raro éste
incomprendido,
presentarles a mi padre destilando
en la tarde de su viejo tocadiscos
el Concierto en Re
el Triple Concierto
o el múltiple concierto de sus amores y regaños
de sus anhelos de limones maduros
de balcones maduros
de gaviotas maduras,
reunirlos a todos
sentarlos a mi lado
y decirles
qué ha habido
cómo les va
juguemos a las tres de la tarde en el barrio
a la primera novia
a la primera excursión al viento de los eucaliptos
de la laguna de Pedro Palo
a mi primer cuaderno
al primer cigarrillo
a mi primer pecado
con sabor a pecado
a mi primera comunión con la hija del dueño del granero
en la penumbra atosigada de nuestra adolescencia.

Qué ganas de buscar
con la lupa sorda de luis
la mariposa exacta
el trébol exacto
la curvatura exacta de la frase
de los violonchelos
qué ganas del martillo
de juan wolgango y su hermanito thomas
abriendo nuez tras nuez
concha tras concha
para atrapar la madreperla
examinando a la luz de las velas
el rostro azul de Margarita
la risa verde de Reineke
o el rumor de los pulmones de Joachim
o la estruendosa carcajada con que madame Chauchat
golpeaba las puertas del corazón enfermo
de mi primo Hans Castorp
qué ganas
de los ojos abiertos del herrero
de Berlín y de Dresden
viendo volar desde sus manos
la paloma giratoria
de una forma barroca
hasta posarse en la cornisa
más alta del sueño del picapedrero
que deliró la sonata enamorada de Praha.

Qué ganas de compartir
esta música con el mundo entero
de entendernos todos en la misma moneda
de sentarnos como alumnos del mismo curso
frente a dios y su trío
plácido josé luciano
y llorar todos juntos al unísono
cuando lucían las estrellas
cuando rodaba furtiva nuestra misma lágrima
cuando la aurora se vestía de blanco
cuando el caminito que el tiempo ha borrado
cuando maría maría maría
no hay otro sonido más bello sobre la tierra
más bello maría
maría
maría
qué ganas de repartir la música
por toda la tierra
a todo el universo
the most beautiful sound in the world
maría.

* * *

Que ganas de hacer música.
Tomaré mis estrellas
reuniré mis luceros
me armaré de mis brotes y mis tréboles
me equiparé de brisa y eucaliptos
una vez más pondré en mi bolso
laureles olorosos
pinos de cristal
albahacas cantarinas
geranios maternales
gladiolos religiosos
los mezclaré con espinas de concha de la playa
con tiernos tiburones de nostalgia
con la voz de mi madre
el regaño del profesor de literatura
la foto donde mi abuelo
me levanta en el cielo del patio
bajo el duraznero de los querubines
y luego
con mi morral de tardes a la espalda
iniciaré el desfile
amigos amigos
les invitaré a todos
cambiemos de tono
les daré la nota
del cantar sabroso no aprendido
cantemos
amigos
subamos al Elíseo
y ya nunca más
cerremos los oídos
a la canción que nos canta
el corazón.

Qué ganas de hacer música
qué ganas de cantar.


(De mi poemario Ciclo Cantatas, Quito, hace muchos crepúsculos)