Hace algunos días dos comentaristas
editoriales de El Telégrafo, Werner
Vásquez (10, 01, 2018) y Santiago Roldós (14, 01, 2018) coincidieron en señalar
los vericuetos de lo que interpretamos cuando hablamos de “lo público” y “lo
privado”. Es la inercia de la costumbre respaldada por definiciones de
trasnochados diccionarios y los vicios que se incuban en discusiones
interminables en las salas de redacción de los medios de comunicación.
Vásquez, tras de señalar cómo “se fue
construyendo un imaginario confuso de lo público”, concluye que la academia “ha
contribuido a reducir lo público a lo estatal y lo gubernamental”. Roldós opina
que “los medios públicos solo podrán serlo en confrontación y crítica con el statu quo, no como dádiva de patriarca o
mandatario alguno”.
Cabe desglosar aún más conceptos de un
pasado que rápidamente va quedando atrás. Ciertamente, lo público no es lo
mismo que lo estatal ni lo gubernamental, ni el concepto de Estado puede
definirse de una vez por todas. Más prudente referirnos a lo que ha llegado a ser cada una de estas categorías.
Las monumentales cantidades y variedades
de productos que la eclosión de nuevas tecnologías lanza al mercado mundial, ha
transformado al Estado en insaciable maquinaria de concentración de recursos económicos
y funciones burocráticas, argumentando siempre la satisfacción de sus
gobernados.
Lo privado tampoco se reduce a la
empresa productiva capitalista. Hoy existen esencialmente dos clases de empresa
privada. La predominante es la que se especializó en el manejo y la acumulación
del dinero, aunque no conlleve la producción de producto o bien de consumo
alguno. Capitalismo financiero amo de nuestro mundo, su espacio natural son los
bancos, bolsas de valores y empresas especializadas en “mover el dinero” sin
producir bienes de consumo reales.
Y la que continúa ofreciendo productos
reales requeridos por la sociedad, la “economía real”, cada día más en conflicto
con la primera. Cercana a ella, ha aparecido una nueva forma de empresa: la
empresa privada de los trabajadores. De manera que la división tajante entre lo
público y lo privado corresponde a un pasado que se distancia cada día más del
mundo actual y del futuro.
Este es el entorno donde se ejercen la
comunicación y la información. El comunicador, el periodista de hoy debe
diferenciar esta nueva realidad. No es sencillo escribir para un medio que
todavía se clasifica a sí mismo como “público” –está en su derecho– aunque sea
en realidad vocero de un sector que censura lo que convenga a su verdadero
propietario – el Estado o cualquiera de sus expresiones en el mar real de la
política y sus reales intereses.
El comunicador, el periodista no puede
ser ni público ni privado: tiene que ser independiente, aún de la línea editorial
del medio donde publica, respetuo mutuo incluído. Si pierde ese horizonte, su
función social se extingue, diluyéndose en reclamaciones particulares de algún
grupo social.
Periodista indepediente. Comprendida en
su profunda dimensión, esta es hoy más que nunca la verdadera justificación de
la comunicación social.
alfonsomonsalve.personal@gmailcom
Cumbayá,
febrero 10 de 2018
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