El
toreador está en el centro del ruedo. Mira al público, gira sobre sus pies con
la montera en la mano, alargándola hacia los tendidos. El público lo observa,
sonriente: ha ofrecido el toro a los espectadores. Se ven contentos,
expectantes.
El animal
frente a un burladero mueve la cabeza siguiendo los capotes que los mozos de
brega agitan ante él para distraerlo, que no embista al toreador antes de
tiempo.
Ese
momento está precedido de mucho trabajo. Exigente gimnasia diaria, prácticas
con el capote, con la muleta. ¿Ha intentado usted mantener el brazo extendido
mientras sostiene por un extremo una espada de acero en posición horizontal,
por ejemplo? Duro ejercicio. Fortalece músculos, enseña a soportar la muleta. Además
hay que ensayar los quites. El brazo señala un punto del piso frente al
practicante, luego un recorrido trayendo la muleta hacia un lado, con firmeza
pero también con la mayor elegancia posible. El torso gira completamente, el
diestro levanta la muleta hacia el horizonte. Imaginariamente el toro ha pasado
de largo, obligado por el matador. Pura destreza, puro dominio de todos los
detalles, pura estética, puro arte. Es lo que está buscando el diestro. Las
prácticas se repiten una y otra vez puliendo cada movimiento, cada paso, cada
momento.
Volvamos
a la plaza. Los pases ahora son reales. El torero ejecuta manoletinas,
chicuelinas, verónicas, aplausos apasionados estallan cuando el matador remata
con un natural de pecho que obliga al toro a levantar la testa en un airoso movimiento
de bravura, imponente. Toro y torero forman figuras de plasticidad impecable.
Sin
violencia. Sin crueldad. Sin maltratos. Combinando ingenio, astucia lúdica,
sabiduría, agilidad mental y física, valentía, mucha valentía, pundonor,
entrega. Dominando con inteligencia la fuerza bruta del astado. El público los premia
a los dos –¡a los dos!– con aplausos y olés y música y alegría.
Uno
de los asistentes sigue en la pantalla de su celular el partido en el estadio de
futbol. Un jugador ha caído sobre la cancha y se retuerce de dolor. Otro le ha
propinado una patada atroz, con toda la intención de incapacitarlo. Lo ha
logrado. Tibia y peroné rotos. El lesionado sale en camilla. No podrá jugar por
varios partidos. El juego continúa, hay ardor y resentimiento del equipo
afectado. En otra jugada, el defensa salta, cabecea el balón pero al hacerlo, se
desquita con un tremendo codazo en la cara del rival, cuya nariz sangra. Acuden
los ayudantes, le practican una curación de emergencia. Entre incidentes de
igual gallardía se aproxima el final.
Otra falta violenta castigada con penal rebosa la copa. El juego es reemplazado
por insultos, trompadas, puntapies. La policía ingresa. En las graderías los
hinchas también se enfrentan, hay lesionados, un herido... ¡grave!
Regreso
a la plaza de toros. La gente ya está saliendo entre comentarios picantes,
risas, celebraciones. Una botella de vino.
Sí.
¡Salud!
Voto
por los toros.
Alfonso Monsalve Ramírez
alfonsomonsalve.personal@gmail.com
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