El problema más
acuciante del mundo actual es la insoportable concentración de la riqueza, acrecentado
por la gran facilidad de producirla alcanzada por el capitalismo. El 1 por
ciento de la población mundial llegará a poseer en 2016 una riqueza mayor que
el 99 por ciento restante (Informe Oxfam, enero 2015).
Para entender cómo
es posible esto, hay que comprender el funcionamiento propio de la empresa
capitalista.
Este modelo de
empresa productiva es propiedad de uno o de varios capitalistas. Los bienes que
produce pertenecen “naturalmente” a esos capitalistas. Cuando esos bienes se
venden en el mercado, el dinero obtenido se distribuye entre los propietarios de
la empresa y los trabajadores. Estos reciben su parte en forma de salario.
La parte que
corresponde al capitalista debe cubrir adicionalmente los gastos ocasionados
por la producción: materias primas, tecnologías apropiadas, servicios, etc. Y por
último, el beneficio para los inversionistas. Sin beneficio, sin ganancias, la
empresa no cumple su objetivo esencial. El empresario puede optar entonces por cerrarla
o invertir en otra que le garantice ganancias.
Aún así, no puede
quedarse ahí. Para que exista desarrollo económico la empresa debe crecer. Si
no crece, se rezaga de la competencia y finalmente desaparece.
El crecimiento se
logra mediante la reinversión (consumo productivo, reproducciòn ampliada). La
reinversión está destinada a producir más cada vez para llegar a mercados más
amplios. Cuando satura su mercado y ya no hay nueva demanda, el capitalista
busca alternativas para seguir creciendo: crea o adquiere otras empresas
afines. Cada nueva empresa reproduce este ciclo y así se llega a los grandes grupos
de empresas de unos mismos propietarios. La riqueza se concentra en progresión
creciente: a más riqueza mayor concentración, a mayor concentración más
riqueza.
Desde luego, los
trabajadores no tienen ninguna participación en este crecimiento. Si la empresa
fuera de propiedad de todos los que producen la riqueza, los trabajadores, el
crecimiento se repartiría desde dentro del proceso productivo, automáticamente,
entre todos. Desaparecería el mecanismo
concentrador. Independientemente de que el capitalista sea “bueno” o “malo”,
ambicioso o generoso, el sistema productivo lleva en su interior este mecanismo
concentrador. La concentración de la riqueza es, pues, inherente al sistema de
producción basado en la propiedad capitalista de la empresa productiva.
Hay formas de controlar
la concentración mediante medidas impuestas a la empresa desde fuera (impuestos
y controles), que el capitalista siempre buscará evadir.
El inversionista
tiene otra opción para su ganancia excedente: convertirla en capital financiero
que no produce riqueza directamente sino cobrando intereses sobre préstamos a
otras empresas productivas, y termina siendo especulativo. Esto es consecuencia
de la concentración inicial de la riqueza, que en esta etapa se multiplica
hasta los escandalosos niveles que vemos hoy.
Alfonso Monsalve Ramírez
El Telégrafo
Julio 10, 2015
alfonsomonsalve.personal@gmail.com
Blog Tardes con
Alfonso, www.tardesconalfonso.blogspot.com
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