El recuerdo más vivo que tengo de España es,
seguramente, el conocimiento, en Granada, de esa joya histórica que es La
Alhambra, cofre suntuoso de arte morisco, exuberante de amor a la belleza, a la
vida, a la alegría de vivir. Y luego, inesperadamente, la brusca impresión cuando,
en el centro de esa maravilla, tropecé con el inmenso pegote, pesado, sombrío,
lleno de sentimientos de yo pecador, construido por Carlos V, monumental como
construcción pero terrorífico como concepción de la vida y de la existencia.
Algún tiempo después, leyendo el Anticristo[1]
de Nietzche, ese recuerdo me llevó a identificarme profundamente con sus
palabras:
«El
cristianismo desacreditó los frutos de la cultura antigua, y más tarde
desacreditó los frutos de la cultura islámica. La maravillosa cultura morisca
en España… fue aplastada». (106).
En estos días, volviendo a ver la serie de
televisión Los Borgia y en particular
la proclamación de César Borgia como pontífice de la Iglesia cristiana, vinieron
a mi mente otros párrafos del mismo texto nietzcheano (los subrayados son del
autor):
«¿Se
comprende, se está dispuesto a comprender, por fin, qué cosa fue el
Renacimiento? Fue la transmutación de los
valores cristianos, la tentativa emprendida por todos los medios, apelando
a todos los instintos, a todo el genio, de llevar a su plenitud los valores contrarios, los valores aristocráticos… Atacar en el punto
decisivo, en la propia sede del cristianismo, y entronizar en ella los valores aristocráticos, esto es, injertarlos en
los instintos, en las más soterradas necesidades y apetencias de sus ocupantes…
Percibo una posibilidad henchida de inefable encanto y sugestión: dijérase que
rutila con todos los estremecimientos de refinada belleza; que opera en ella un
arte tan divino, tan diabólicamente divino, que en vano se recorren milenios en
busca de otra posibilidad semejante. Percibo un espectáculo tan pleno de
significación a la vez que maravillosamente paradojal, que todas las
divinidades del Olimpo hubieran tenido un motivo para prorrumpir en una risa
inmortal: Cesare Borgia como papa…
¿Se me comprende?… ¿Qué ocurrió? Un monje alemán llamado Lutero vino a Roma.
Este monje, aquejado de todos los instintos rencorosos del sacerdote fallido,
se sublevó en Roma contra el Renacimiento… Lutero denunció la corrupción del papado, cuando era harto
evidente todo lo contrario, o sea, que la antigua corrupción, el pecado
original, el cristianismo, ya no ocupaba el solio pontificio. ¡Sino la vida!;
¡El triunfo de la vida!; ¡el magno sí a todas las cosas sublimes y audaces…! Y
Lutero restauró la Iglesia,
atacándola… ¡El Renacimiento, un acontecimiento sin sentido, un esfuerzo
fallido!…». (108-109).
En la visión de Nietzche, la Reforma luterana,
en la medida en que rescató al decadente cristianismo, termina acusada de frustrar, de anular la
luminosa transformación que prometía el pleno desenvolvimiento del Renacimiento.
Pienso en todo esto mientras veo la televisión
colombiana, y contemplo con espanto la propagación de ademanes y
gesticulaciones impuestos por la mil y
una sectas religiosas cristianas, seudo cristianas y anti cristianas que han
invadido no sólo a mi patria, sino a continentes enteros. No hay celebración o
ceremonia o discurso o espectáculo en que falte la acción de gracias “al de
arriba”, es Él quien permitió el gol de la victoria de un partido de fútbol o
el premio a la cantante en un concurso juvenil o la elección del político que promete
la felicidad para todos o simplemente la emoción ingenua de la madre pobre a
quien le anuncian que las autoridades llevarán algunos galones de agua hasta su
abandonada choza campesina, en fin, y el rito televisado y la comunidad monástica
en el programa de humor y las declaraciones episcopales que imprecan por el
arrepentimiento y el perdón, todo, todo, todo se lo debemos al Cielo, nosotros
los humanos no valemos nada, no somos nada, nuestro esfuerzo no nos pertenece,
no vale, no cuenta, somos simples criaturas sin significación alguna, debemos
humillarnos y agradecer de rodillas y entornar la mirada lacrimosa a lo alto,
aplastar nuestro amor propio, pisotear nuestra auto estima pues todo lo debemos
al cielo, a lo distante, a lo invisible, a lo que no compredemos ni debemos osar
comprender, gracias, gracias, yo pecador me inculpo, me doblego, me flagelo…
No puedo menos que hacer mi propia invocación de
esa otra visión erguida, altiva, plena de fuerza y de verdad:
«No
es posible adornar y engalanar al cristianismo; ha librado una guerra a muerte contra este tipo humano superior… el hombre pletórico como el hombre típicamente
reprobable, como el “réprobo”. El cristianismo ha encarnado la defensa de todos
los débiles, bajos y malogrados; ha hecho un ideal del repudio de los instintos de conservación de la vida pletórica; ha
echado a perder hasta la razón inherente a los hombres intelectuales más
potentes, enseñando a sentir los más altos valores de la espiritualidad como
pecado, extravío y tentación»
(23-24). «La Iglesia cristiana ha contagiado su corrupción a todas las cosas;
ha hecho de todo valor un sinvalor, de toda verdad una mentira y de toda
probidad una falsía de alma… ¡Con el gusano roedor del pecado, por ejemplo, la
Iglesia ha obsesionado a la humanidad!… son su ideal de anemia, de “santidad”,
chupa toda sangre, todo amor, toda esperanza en la vida; el más allá como
voluntad de negación de toda realidad…». (109-110)
Da tristeza ver tanto golpe de pecho y tanta
beatería como estilo de vida de mi país, pero sobre todo dan ganas de asomarse
a la ventana del mundo y gritar a pulmón abierto: ¡No, por favor no, no todos
los colombianos somos curuchupas!
Curuchupa: sabrosa expresión ideada
por el ingenio ecuatoriano, no sé si su etimología esté relacionada con cura y con chupar –¿curu-chupa, chupacuras?–, para nombrar al mojigato, al
beato rezandero de mirada oblicua, ese personaje eternizado por Moliére en su Tartufo, que traza a cada instante la
señal del exorcismo purificador sobre su frente, seguramente para espantar sus malos
pensamientos, es decir, sus mejores pensamientos, su burbujeante lujuria, sus
fantasías sexuales reprimidas, su tendencia a la orgía, sus indomables
instintos inhibidos que hacen catarsis en actos de sicariato, de
paramilitarismo, de fundamentalismo intolerante y criminal precedidos de una
ferviente invocación religiosa.
Cumbayá,
agosto 14 de 2014
[1] Friedrich
Nietzche, El Anticristo / Cómo se
filosofa a martillazos, Biblioteca Edaf, 7ª ed., Buenos Aires, 2001. Obra
por cierto de título equívoco, puesto que el Anticristo no es el autor, como
puede pensarse, sino la Iglesia, a la que atribuye la distorsión de los valores
rescatables del cristianismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario