Odiemos al odio

Los colombianos tenemos los corazones inundados de odios. No todos, claro está, pero tantos que parecen la mayoría.
No nos damos cuenta de que es así, pero es así. Hagamos un rápido examen de conciencia: cuando pensamos en la persona a quien consideramos nuestro oponente político ¿cómo lo vemos?
No lo vemos como nuestro adversario político, sino como el enemigo. Y sentimos odio hacia ese enemigo. No es alguien que piensa distinto: es el enemigo. No es la persona con quien podemos dialogar: es el enemigo.
No sucede sólo en política, aunque es el terreno preferido de nuestros odios. Pero también nos sucede con nuestras preferencias deportivas o religiosas, con nuestras ideas sobre los nacionales de otro país o el nativo de otra región, departamento, provincia, ciudad.
Basta iniciar alguna conversación con alguien de nuestro entorno y el odio asomará como una alimaña agazapada en un rincón de nuestros sentimientos y a la que no podemos controlar porque la desconocemos.

Es verdad que hay muchos colombianos que tienen razones para odiar, que tienen justificaciones para el resentimiento. Ellos o alguien cercano a ellos fue herido, ofendido, maltratado, perseguido, eliminado.
Hay muchos, muchos colombianos a quienes otros colombianos les quitaron a alguien, se lo mataron, se lo baldaron, se lo secuestraron, se lo desaparecieron. Hay muchos colombianos que han sufrido crímenes atroces, imperdonables.
Es cierto.
Pero también es cierto que muchas veces odiamos a alguien simplemente porque nos han dicho que es nuestro enemigo, aunque nosotros no conozcamos a ese alguien ni sepamos a ciencia cierta quién es, qué hace, cómo piensa, si de verdad hace lo que nos dicen que hace. Nos lo han dicho y nos lo han repetido sistemáticamente cada día, todos los días, todas las mañanas. Es lo primero que escuchamos cada mañana. Y lo último que escuchamos en la noche, antes de dormir.

Nos han dividido instigando esos odios. Nos han condicionado para ver al otro como una amenaza. El otro puede ser cualquiera. Basta con que no esté de acuerdo con nosotros: es peligroso, es el peligro. Por tanto, debemos eliminarlo. Cualquier otra solución es debilidad, es correr el riesgo.
Si a ti te repiten todos los días que tu vecino es una amenaza para ti y para tus seres amados, terminarás mirando a ese vecino con odio. Si te atreves a defender a tu vecino porque lo conoces y sabes que es amable y honrado, los que tienen interés en atizar tu odio terminarán acusándote: tú eres peligroso, tú te conviertes en el peligro.
Si ese vecino nos habla de una solución diferente, es un aliado de quien nos amenaza. Solamente podemos confiar en quien comparte nuestro odio y, en consecuencia, está de acuerdo con nuestras soluciones radicales: eliminar al otro.

Juegan con nuestros sentimientos. Los manipulan. ¿Tú conociste a la Princesa Diana? ¿La trataste, hablaste alguna vez con ella? Seguramente no, pero cuando viste la noticia de su muerte en un accidente, te dolió: la amabas aun sin conocerla. ¿Dónde aprendiste a amarla?
¿Viste personalmente alguna vez a Sadam Hussein? ¿Presenciaste lo que hacía, lo que te dijeron que hacía? ¿Hablaste con él? ¿Siquiera tuviste oportunidad de oírlo hablar? ¿Dónde aprendiste a odiarlo? No lo recuerdas, pero sentiste un alivio cuando leíste la noticia de su muerte: esperabas que así vendría la paz. Esa paz nunca llegó. Quienes encendieron tu odio no pensaban en la paz.

El odio nos ciega, nos obnubila, no nos permite pensar, reflexionar, analizar. No oye razones, no ve alternativas. Destrucción, eliminación, guerra total: estos son sus argumentos inapelables.
Odio a quien me dicen que es terrorista, aunque yo no lo conozca ni me conste nada de lo que me dicen de él.
Odio a quien me dicen que es fascista, aunque yo no lo haya tratado nunca y no pueda constatar cuáles son sus ideas, sus sentimientos.
Y aunque el uno o el otro fueran lo que nos dicen que son, ¿qué ganamos con odiarlos? Tan sólo envenenarnos con más odio.
Odiamos la tolerancia, la comprensión, la paciencia, la prudencia, el amor. Lo único que no odiamos es a nuestros odios: nos aferramos a ellos con pasión, con ferocidad, con todo el odio de que somos capaces. No sabemos que odiamos, pero odiamos. No somos conscientes de nuestros odios. Así nunca podremos superarlos.

Esto vale para cualquiera de los bandos en que nos han dividido. El bando A piensa así del bando B, el bando B piensa así del bando A. No hay entendimiento posible.
Toda tentativa de entendimiento es señalada como traición, como engaño: lo que quiere la persona que nos habla de entendimiento es fortalecer a nuestro enemigo. Debemos desconfiar. No podemos confiar sino en aquellos que odian tanto como nosotros.
El odio es una bola de nieve que rueda y crece sin control. Pero no rueda sola: la echan a rodar y la impulsan, no pueden permitir que deje de rodar y de crecer.

Ahora nos hablan de paz. Nos hablan de diálogo. Nos hablan de acuerdos. En seguida los interesados en la guerra hacen sonar todas las alarmas: mentira, traición, engaño, no hay acuerdo posible, no hay diálogo que sirva, quienes te hablan de paz son el enemigo. Callarlos, silenciarlos, desacreditarlos, presentarlos como enemigos a quienes no debemos cederles un milímetro. Sólo hay que destruirlos.
Para poder destruirlos hay que torcer sus argumentos, enredar sus palabras, enmarañar sus discursos.
Debemos levantar la guardia contra el que es hincha del equipo de fútbol rival del nuestro.
Contra el que lee un libro distinto del que nosotros leemos.
Contra el que habla bien de alguien a quien nosotros odiamos.
Contra quien defiende un punto de vista que no es el nuestro.
Contra quien propone una solución distinta de la que nosotros proponemos.
Esta lista es interminable. Mientras no superemos el odio, nunca podremos derrotar tantos odios.

Superar el odio no es asumir una actitud débil, blanda, rosa.
No es renunciar a la justicia, no es rendirnos al odio del otro.
Desterrar el odio no es hundirnos en el fango blandengue de la resignación. Por el contrario, es un acto de afirmación, de auto afirmación. Es ascender de la emotividad elemental a nuestra condición de seres dotados de un poder superior: la capacidad de razonar, de pensar en forma clara, coherente. Es asumir airosamente nuestra condición racional.
No el racionalismo, sino la racionalidad. Pasar de nuestra animalidad simple a nuestra complejidad humana. Afirmar nuestra condición propiamente humana y ejercerla a plenitud. Elevarnos de nuestra animalidad original al humanismo triunfal.

Con odio en el corazón es imposible juzgar: sólo se puede odiar. Con odio en el corazón es imposible encontrar justicia. Con dio en el corazón sólo es posible pensar en la venganza, y la venganza no es justicia, es odio y genera más odio.
Con odio en el corazón, con odio en tantos corazones es imposible la paz.  Mientras los colombianos no cambiemos, no tendremos paz. No habrá paz en nuestros corazones. Y con los corazones inundados de odio, lo único que podemos dar es mas de lo mismo: odio, más odio y más y más odio.
Si queremos alcanzar la paz, tenemos que superar nuestros odios. Tenemos que aprender a odiar nuestros odios. Tenemos que cambiar. Guiados por el odio es imposible dialogar. Y no hay otro camino.
La paz comienza con el diálogo y la tolerancia. Pero no termina ahí. Ni siquiera termina en el acuerdo. El acuerdo será sólo el primer paso. Si los colombianos no nos liberamos de nuestros odios, ninguna paz será real.

Odiemos nuestros odios y encontraremos el camino de la paz.


Alfonso Monsalve Ramírez
alfonso-monsalver@hotmail.com
Blog Tardes con Alfonso (tardesconalfonso.blogspot.com)


Homenajes a Mandela / Claves para el análisis del triunfo chavista

El fallecimiento y sepelio de Nelson Mandela dieron lugar a expresiones de condolencia sorprendentes, no sólo por la cantidad sino, sobre todo, por haber logrado unir polos tan extremos y contrarios como los que quedaron representados en paradigmática síntesis en esa fotografía de los presidentes Raúl Castro y Barack Obama dándose un cordial apretón de manos, insólito e inconcebible hasta este momento histórico. 
En forma paralela, provenientes de todas las latitudes geográficas y políticas, los millares de mensajes igualmente inesperados, más que por su abrumador número, por el perfil de algunos de sus firmantes, también resumidos en los nombres de Mario Vargas Llosa y de Álvaro Uribe Vélez. Estas presencias suscitan unánimes sospechas: ¿Descarada hipocresía, cinismo, desvergüenza o simple oportunismo de quienes saben aprovechar cualquier ocasión de hacer sonar sus nombres para alcanzar ocultos fines personales?
Como sea, hay un significado superior que cabe resaltar: fue el homenaje global a un reconocido líder comunista que llegó a ser incluido por muchos gobiernos y autoridades y hasta por la propia ONU en sus listas de terroristas, última y extrema manifestación internacional de esa creación del anticomunismo que fue el macartismo de los Estados Unidos a mediados del siglo 20.

¿Podemos interpretar estos homenajes también como la intención, tal vez subconsciente de parte de sus autores, de reivindicar y resarcir a los cientos y miles de comunistas perseguidos, calumniados, injuriados, encarcelados, torturados y asesinados durante años por esos mismos gobiernos y autoridades “democráticas” del “mundo libre”?

* * *

Reproduzco a continuación el profundo y serio análisis de la victoria electoral del PSUV en Venezuela el pasado 8 de diciembre, realizado por el periodista y analista internacional Modesto Emilio Guerrero.

Claves sociales del triunfo chavista
Modesto Emilio Guerrero*
APORREA
Diciembre 14 de 2013

El viejo apotegma según el cual en política 2 más 2 nunca da cuatro, tuvo en las municipales venezolanas del 8 de diciembre una expresión burlona para quienes daban por sentado que el chavismo tenía la batalla perdida.
Contra todo pronóstico, incluidos los propios de algunos analistas serios del PSUV y del movimiento bolivariano, la derecha recibió una paliza tan inesperada como dolorosa.
Una suma bien combinada de razones explican una victoria tan chavista, como sorprendente para el mismo gobierno. Las causas, a pesar de lo que indica el sentido común, no nacieron con las medidas radicales del mes de noviembre contra la especulación, aunque estas fueron como el catalizador de un estado de conciencia electoral dentro y fuera del chavismo. Mucha gente común, chavista y de la otra, siente que en los últimos 9 meses se conformado un nuevo gobierno, nacido con la debilidad inevitable dejada por la muerte del líder, pero con una virtud: supo dar continuidad a las reformas sociales progresivas que caracterizan al chavismo.
La cara inversa de la victoria chavista es la derrota de Capriles Radonski, la figura central de la derecha electoral venezolana desde febrero de 2012 y el conductor asumido de la campaña de la MUD para el 8 de diciembre.
Como señala el diplomático venezolano, Arévalo Méndez Romero, “Resulta ser que el deslegitimado no fue el gobernante (Maduro) sino el opositor aspirante (Capriles)”.
Efectivamente, La ratificación de Antonio Ledezma, un hombre de la centroderecha, al frente de la Alcaldía Metropolitana de Caracas y la ratificación del exchavista Henry Falcón en el Estado Lara, el tercero más poblado, convierte a ambos líderes en los nuevos referentes de la derecha venezolana.
Eso tiene un simple explicación. Bajo el liderazgo de Capriles la oposición ha sufrido 4 derrotas seguidas en apenas 15 meses de reinado. Ya se huelen los vapores de una lucha a cuchillo entre Primero Justicia, liderada por el diputado preferido de la CNN, Julio Borges, Leopoldo López el joven amiguito de Uribe Vélez, Antonio Ledezma, viejo cuadro adeco, y María Corina Machado, la asidua visitante del edificio situado en Langley, Virginia. Todos van por la sucesión de Capriles. Aunque Capriles decida retirarse inerme, lo único seguro es que ha cambiado el clima para la derecha criolla. Pesados nubarrones sombrean su horizonte.
Una primera conclusión en un análisis que trascienda la estadística electoral, señala que la gobernabilidad de Nicolás Maduro, nacida débil, muy débil, ha logrado superarse a sí misma con una victoria política que deja atrás por los menos dos sombras amenazantes.
Una, que sin Chávez el chavismo desparecía. Esta fue la versión más sólida lanzada a mediados de 2012 y sostenida por profetas tarifados como Vargas Llosa, Oppenheimer, Malamud, Petkoff, Naim. Dos más dos no les dio cuatro y ellos no se enteraron. El luto por Chávez puede continuar, pero fue superada la inmovilidad pesadumbrosa por una energía renaciente. Luego de un resultado electoral pobre en las presidenciales de abril, para ellos era previsible una caída mayor del voto chavista en las municipales de diciembre, apostando a que los 9 meses transcurridos disiparan el duelo.
La otra sombra es más espesa. Ellos apostaron al caos como estrategia, en el mismo sentido al que inició el desbaratamiento del gobierno de Salvador Allende. La suma de una alta inflación con devaluación dislocadora, desabastecimiento provocado y especulación desquisiante del salario familiar, además de apagones y el asesinato de 21 jóvenes militantes bolivarianos entre abril y octubre, sería suficiente para desentusiasmar la campaña, crear miedo, desazón y congelar cientos de miles de votos chavistas. Resultó lo opuesto. La acción gubernamental se sobrepuso al trauma del comienzo sin Chávez, contuvo y doblegó la asonada violenta de abril, asumió la ansiada batalla contra la corrupción, se apoyó en el poder popular para buscar la fórmula de un Estado Comunal, y en noviembre adoptó medidas radicales contra los especuladores comerciales y estafadores dolarizados.
La amplia difusión del Plan de la Patria en barrios, fábricas y comunas, generó una sensación colectiva, sobre todo en el universo social bolivariano, de que el Gobierno y Maduro tienen un norte definido, una hoja de ruta para la gobernabilidad. Saben lo que quieren y saben como hacerlo. Las medidas radicales de noviembre fueron la señal.
Los datos del triunfo y el riesgo del triunfalismo
El primer dato relevante de los resultados no son los resultados, sino la participación popular en los comicios. Alcanzó al 58,92% del total del padrón electoral en un país donde el voto es constitucionalmente voluntario. Fue superada la racha de abstención previas que en algunas casos superaron el 60% del padrón.
El Gran Polo Patriótico, nombre de la alianza del PSUV con otros movimientos bolivarianos, logró el 76 % de las alcaldías: 255 de las 335 disputadas. El PSUV se bastó a si mismo para obtener medio millón de votos mas que toda la MUD, compuesta por 12 fracciones de la burguesía opositora. El chavismo ganó en el 63 % de las capitales estatales y en 30 ciudades, o sea, el 75 % entre las 40 más pobladas del país.
El chavismo ganó con un millón de votos de diferencia sobre la MUD, sumando el medio millón (5,5%) aportado por los partidos y movimientos bolivarianos aliados al PSUV en el Gran Polo Patriótico. La suma significó 6.332.716 de votantes a favor del chavismo. Esta suma se acercó al récord histórico obtenido en las presidenciales de 2006 y se emparentó con lo alcanzado el año 2012. Si consideramos que desde 2007 se verifica una tendencia decreciente de la masa votante por el chavismo, las municipales frenaron esa tendencia y abre la posibilidad de cambiar su curso. Definitivamente las mayorías populares venezolanas se politizaron.
La conseguido en número de votos, siendo bastante, es inferior al valor cualitativo, políticamente emocional, que significa haber superado el susto de abril. La alianza socialista alcanzó el 55 % de los votos nacionales contra 45% de la derecha. Son 10 puntos netos de ventaja, suficiente para sepultar el 1,8 obtenido en las presidenciales.
Uno de los datos mejor guardados es que el chavismo ganó 15 de las 21 alcaldía del Estado Miranda, gobernada por Capriles Radonski. Esa nueva relación de fuerzas institucional abre la posibilidad de un un proceso revocatorio al Gobernador a mitad de su mandato.
En el Estado Aragua, un bastión tradicional del movimiento bolivariano, tan céntrico como industrial, el Gran Polo Patriótico ganó 15 de las 18 alcaldías, dejando a la derecha arrinconada donde más había sumado cuadros en el último tiempo. Cerca de Aragua, en el estado Cojedes el chavismo ganó los 9 municipios, o sea, todos. Esa misma señal se verifica en el mapa de las 12 ciudades medianas, con poblaciones que van de las 100 mil a las 200 mil personas. En ellas, los bolivarianos ganaron 11 alcaldías, la derecha ganó solo 1.
Otro dato de interés fue Caracas, donde funcionan dos Alcaldías. Durante la campaña la disputa parecía ser por la Alcaldía del populoso Municipio Libertador, gobernada por el chavista Jorge Rodríguez. Pues tampoco dio cuatro la suma de los factores. La verdadera disputada fue la Alcaldía Metropolitana, en manos de la derecha. Allí la figura emergente y refrescante del periodista Ernesto Villegas, ex Ministro de Comunicaciones, le dio un susto al adeco Antonio Ledezma, quien se sentía indisputado.
La gente vota por algo
Contra lo que sugieren las apariencias, no fue la campaña electoral lo más relevante, sino el contenido social de lo votado por los casi seis millones y medio de venezolanos que dijeron si a los candidatos del gobierno.
La suma de las reformas sociales del último año, más la consolidación de un gobierno sin Chávez, al que daban por moribundo, fueron suficientes para soportar adversidades ciertas como los apagones, el ocultamiento de alimentos y otros productos, la inflación y la devaluación.
En una elección donde la gente decide por sus autoridades locales más cercanas, más con la piel cotidiana, que con el peso del discurso, las consignas o la figura presidencial, asume importancia recensar algunos datos sociales clave.
En marzo de este año comenzó a aplicarse la nueva Ley orgánica del Trabajo que rebajó a 40 horas semanales la jornada laboral. En los últimos 2 años, más de 500 mil nuevos pensionados no cotizantes, comenzaron a recibir sus pensiones mensuales, con un salario equivalente al mínimo nacional. El salario mínimo fue incrementado por Ley en más de 30%. En ese mismo lapso, iniciaron su funcionamiento los primeros núcleos farmacéuticos que proveen distribución gratuita de medicamentos de alto precio para tratamiento de enfermedades complejas.
En zonas populosas de Caracas, Mérida y Barquisimeto se inauguraron nuevos sistemas de transporte masivo, como cable-carril, tren, metro-cable, trolebús y la segunda línea del metro de Los Teques, una ciudad montañosa al lado de Caracas.
Estas reformas progresivas en la vida cotidiana de la gente fueron registradas en un informe de la CEPAL (Comisión Económica para América latina), publicado apenas 5 días antes de las elecciones. La CEPAL certifica que Venezuela fue el país más exitoso en la reducción de la pobreza en América latina. En Agosto de 2013, la FAO (Food and Agriculture Organization/ONU) hizo un reconocimiento oficial al Estado venezolano por haber sido el país que más avanzó en el combate al hambre.
Ni la CEPAL, ni la FAO, y menos el Papa, son sospechosos de chavismo, pero sus expresiones sirven para confirmar el signo social más profundo contenido en el voto del 8 de diciembre.
Seis días antes de las elecciones, al Papa Francisco se le ocurrió decir en un discurso de sorprendente similitud con la discursiva chavista, que el capitalismo se ha vuelto salvaje y cruel. Cualquier vecina venezolana podía verificarlo cuando iba a comprar productos inflados en precios hasta el 1.200%, o simplemente desaparecidos de las alacenas.

http://www.aporrea.org/ideologia/a178641.html


*Periodista venezolano radicado en Argentina. Autor del libro ¿Quién inventó a Chávez?

Malabares en su tinta: Orgía gourmet

Acabo de dejar una fiesta… ¡Qué fiesta! Tuve que dejarla porque ya no daba más. Hubo de todo, desde la expectativa inicial habitual cuando no se conoce a todos los invitados, y a partir de allí, diversión, mucha diversión hasta la risa, hasta las carcajadas, sorpresas –¿quién es este personaje que pasa por ahí y desaparece, como esfumándose? ¿éste otro es el que conozco de nombre pero no personalmente o el que tanto figura en los medios?–, molestia porque no faltaron las opiniones desfachatadas manifestadas al calor de la desinhibición que propicia la embriaguez o los relatos trágicos, horrendos, admiración, vibrante emoción porque hubo momentos en los que el tema era la belleza o el arte expresados con palabra magistral, en fin, una señora fiesta. En realidad, una orgía, ¡una verdadera orgía!
Cuando salí porque (pensaba yo) ya era hora, me di cuenta de que la parranda iba para largo, continuaba, allá adentro volvía a comenzar…
Todo empezó por mi glotonería incurable. Soy incapaz de controlarme si lo que se ofrece es uno de mis platos preferidos, por ejemplo (que fue el caso en esta ocasión), calamares en su tinta. Resultó que no hubo los esperados calamares, que me encantan, no encontré un solo calamar aunque sí mucha tinta. Pero qué sabrosa tinta… ¡y muchos malabares! En lugar de los calamares esperados, malabares, muchos malabares. ¿Como así?
Sucedió que el chef o el cocinero resultó ser un bromista bien conocido, buen amigo y experto en eso, en malabares, en toda clase de malabares… ¡con las palabras, con la ideas, con las acrobacias orales o musicales o mentales, con alardes de contorsionismo gastronómico… ¡verbal! Iván Egüez… ¡ah, Iván!: Malabares en su tinta.
¡Qué orgía! Malabares en su tinta es una orgía del lenguaje. Un despliegue de ingenio, de recursos para atrapar al lector y abusar de él pero en la forma en que a todos nos gusta ser abusados, engañados con alardes de prestidigitación con las palabras, con la ironía o con la astucia para engancharnos en los relatos de historias sin fin de modo que no podemos dejar de seguir y seguir para ver qué pasa o qué pasó o qué va a pasar, con la intriga o simplemente con la gracia o la falta de gracia o la desgracia de la expresión, pero de una expresión tan coloquial y tan natural y a la vez tan picaresca e insinuante como la que encadena regocijados durante horas a un grupo de amigos en un café o en un bar o en un restaurante quiteño, de esos que ya no se encuentran sino en viejas fotografías o en las crónicas con las que los viejos quiteños se solazan alrededor de un vaso de cerveza o de unas copas de vino o simplemente de un pocillo de café con empanadas de morocho o de viento, en alguno de esos pocos rincones que todavía pueden visitarse en el precioso centro histórico de esta carita de Dios que es Quito.
Una orgía del lenguaje. Esto es centralmente esta novela de Iván Egüez, una obra exquisitamente trabajada con la pericia del chef o del maestro cocinero que ama su oficio, con ese amor y con esa pasión con las que elige cada uno de los ingredientes paseándose por los mercados como si estuviera escogiendo joyas para engastarlas en algún precioso aderezo
Malabares en su tinta es mucho más que juegos de palabras. Es un escape deliberado y bien calculado de una realidad hastiada por el asedio de la mediocridad erigida en modelo de vida y el engaño calculado para capturar un voto aquí o un billete allá, por la politiquería y la avaricia y la deshonestidad y la agresión y el delito y el crimen político en un panorama sin horizontes para mentes y corazones que en la enardecida fogosidad de la juventud llegaron a soñar con transformar este mundo en un paisaje cultural tan refrescante y vitalizador como  el entorno natural rebosante de verdor y de oxígeno y de trinos y de atardeceres multicolores que es el escenario de ensoñación de este país ecuatorial, ecuatoriano.
Egüez decide en un momento dado apartarse de esa realidad frustrante y construir su propio universo, con sus propias delicias y sus propios horrores pero exclusivo, hecho para deambular por él divagando en sus propias peripecias, con medidas y dimensiones decididas por él para hundirse y hundirnos en ese mundo paralelo y reírse a sus anchas de todo, de lo real y de lo soñado, de lo grato y de lo indignante, de lo serio y de lo ridículo, del amor y del desamor, de la ilusión y del desengaño, todo convertido en juguete magnífico para mantener a raya a la realidad real, la inaceptable, y para entregarlo luego a los demás en una invitación a eso, a la diversión, a la burla inofensiva o a la ofensiva y al calambur sarcástico, al salto mortal del trapecista dueño de su arte y al aterrizaje final victorioso con una venia ante su público hipnotizado que no sabe a qué horas este malabarista incorregible lo atrapó en las coordenadas de ese mundo de asombro y de deslumbramiento del cual, al terminar la lectura, tenemos que regresar a la inescapable realidad, el eterno retorno a la cotidianidad sin remedio en que nos hundimos cada noche sin esperanzas redentoras.
Las revoluciones de la realidad, ineludibles pero frustrantes, frustrantes pero ineludibles, dejan estelas de soñadores derrotados: de hijos de la luna que no son otra cosa que lunáticos lúcidos, extraviados en la obviedad de la realidad, de lo que manoseamos todos los días como realidad. De estos, buena parte encuentra asilo político en las realidades paralelas que construye su imaginación bajo los ropajes del arte. La pintura, la música, la literatura. La ilusión de estar inventando historias o figuras por el impulso elemental de la inspiración es, como toda ilusión, un engaño, con frecuencia un auto engaño. No hay invención, no se inventa nada, en el sentido riguroso del término: hallar algo inesperado y asumirlo como propio, como hijo adoptado. No se inventa: se exhala. Estos creadores que han poblado la vida con sus obras y a quienes rendimos culto por su oficio, son héroes de la realidad, frustrados cuando no logran transformarla como corporización de sus sueños recónditos, de sus recovecos emocionales. Entonces es cuando deciden abandonar esa realidad terca, tozuda, que no se deja moldear según su ilusiones de transformadores fracasados, y se dedican a la tarea demiúrgica de edificar universos gemelos construidos a su imagen y semejanza.
La profesora de arte Teresa Camps nos abre esta perspectiva de comprensión de la creación artística, a propósito de la obra de Cézanne: precisamente de Cezanne, y ya encontrarán por qué lo digo. Escribe: «Sobre la tela blanca nada existe con anterioridad al gesto y a la voluntad del pintor». Es la Nada. A partir de esa Nada, el artista inicia su Creación: «Hará falta establecer un orden, decidir sobre el plano las líneas que configurarán la trama estructural y, después establecer el orden y la relación de los valores colocados sobre la superficie. A estas operaciones Cézanne les dio nombre: “construir” a través de líneas y “modular” mediante el color. Es evidente –añade– que este nuevo proceso sitúa la pintura no como un acto de reproducción más o menos acertada de la realidad que sirve de modelo, sino que lo hace en un espacio propio, aquel que actúa de soporte de la pintura sin servidumbres respecto del modelo… Se trata de liberar a la pintura de las limitaciones que impone el modelo, ya sea la realidad natural, humana o sobrenatural. Se trata también de dar al pintor toda la responsabilidad de su decisión sobre el hecho pictórico…»
Pienso que esta concepción del trabajo del pintor puede hacerse extensiva sin violentar nada a toda creación artística, auténticamente artística. A la música auténticamente música, arte, creación, no clonación de sonidos percibidos de la realidad. A la poesía, a la danza, a la tragedia, a la comedia, al drama, al cine cuando son verdadero arte.
De manera especial a la novela. Hoy cuando las editoriales de éxito son aquellas que pretenden llenar nuestras bibliotecas con esos clones, esos calcos en los que se nos presenta como creación de arte el simple vaciado en plastilina de una ciudad cambiándole los nombres de las calles para ofrecérnoslo como construcción original del “novelista”, y al personaje ostensiblemente identificable, Alfonso Monsalve Ramírez pasando a ser Alonso Morales Ramos, ¡oh ingeniosa invención!, la obra de Egüez viene a comprobarnos que sólo asaltando el espacio de trabajo de los dioses y despojándolos de sus derechos exclusivos de patentar universos originales es posible sustituir esta realidad tangible, con la que nunca acabaremos de estar conformes, por otra donde todo lo que sucede es absolutamente original, construido y moldeado no sólo a imagen y semejanza de su creador sino según su libre albedrío, según su real gana.
Así la ciudad en la que nos introduce Iván Egüez es Quito pero no tiene nada que ver con Quito, es la patria chica de su creador pero a la vez no es la misma ni su copia ni su fotografía, sino la que él ha creado tan completa y tan autosuficiente que llegamos a creer que es la Quito del mapamundi, la que tiene coordenadas propias en grados de paralelos y de meridianos, la de la mitad del mundo. Es tan real en su irrealidad que caminamos por sus calles y saludamos a sus gentes sin ninguna extrañeza, convencidos de que son las que vemos y con las que hablamos todos los días.
No, esta ciudad, esta Ciudad, pertenece a otro espacio y a otro tiempo. Un espacio que no podemos localizar con referencias conocidas y un tiempo que, a diferencia del tiempo real en que nosotros nos movemos, no transcurre, no muere en un pasado imposible ni evoluciona hacia un futuro garantizado. Es una Ciudad hecha con otros materiales: con palabras, con frases, con giros, con modismos, con gramática propia, con retórica propia, con prosodia y ortografías propias y que no tienen que ver con las palabras, las frases, los modismos y la gramática de nuestros textos escolares.
Es una Ciudad hecha exclusiva y acrobáticamente de lenguaje. No tiene un solo ladrillo, ni un techo ni una pared, no se extiende por ningún espacio ni añora ningún ayer. Está ahí, en su presente eterno, en su espacio sin dimensiones, apenas el espacio de las páginas del diseño editorial pero nada más. Y sin embargo, podemos entrar en ella y escuchar su ronroneo urbano particular, sus voces que cantan con acento chulla, genuino, que reconocemos como vivo porque crea un ámbito inconfundible, unos modos propios, unas formas irregulares de hablar en nada ajustadas a normas de manual sino vivas, sonoras, confidentes, coloquiales, chismosas, calumniosas, insinuantes, destructoras de prestigios y de respetos, picarescas, bromistas, suspicaces, provocadoras de iras tanto como de risas, de amores como de dolores y de olores y de sabores de toda especie, presentados en el menú como Malabares en su tinta.
Y también, claro está, de poesía, de lirismo y de melodías, de ritmos, de énfasis y de pasiones, de sabiduría y de conocimiento, tomados con pinzas de la realidad y trabajados como los temas de una sinfonía, desarrollados cada uno según su condumio, in crescendo o como marchas triunfales o detallado inventario, cada pasaje con su propia arquitectura.  Así:
«La vuelta del músico. Con las solapas de los abrigos levantadas, carraspeando, vamos por la vereda callados, envueltos en nuestros pensamientos, cada cual en su bufanda: el Urgiel en lo de él, en sus perros y en su cascanuez, en su novia de caramanchel; el tinterillo sobreseído de tragos, ya repuesto después de haber dormido su espléndido esplín. Yo enlunado, volando en el amor con mi diosa del amanecer, como un cóndor de vuelo dormido, con mi bufanda de Pacarina al cuello, plumas de mi cuche c(olor) neblina. ¿Fetichismo? ¿Mitología? Subsumidos en nuestros respectivos pensamientos seguimos caminando por dentro del parque:
“Tengo que volverla a ver sin éstos.”
“Parece un buen prospecto para hijo de la luna.”
“Tengo que sacarlo otra vez de perros. Un perro blanco, salpicadura de luna. O un negro, faja negra de la noche.”
“Me encanta, esa mujer me encanta, tiene esa mirada única de las amanecidas.”
“Don Alba debe haberse quedado impresionado.”
– Y a usted, ¿le gusta la poesía, amigo? –me pregunta por romper el hielo.
–Desde luego, ahora me he dedicado a leer todos los días poesía: me ayuda a profundizar la vida, pues ella trabaja con esencias; es incurable y pegadiza; es abstracta y volandera porque brota directa del cerebro, vuela sin intermediarios, como el viento; es alusiva, pero a la vez precisa; sirve para alambicar las palabras, para desvestirlas, para recuperar el ímpetu que cada una de ellas tuvo al nacer en pos de apropiarse del mundo nomás nombrándolo, abduciéndolo. En cuanto al viento, en verdad, no tiene metáforas.
“No más faltaba que éste también me salga poeta, como el Napo, con uno basta, como decía el profe, hay miles de cultivadores de poesía, pero un gran poeta se da cada cien años, poesía de verdad, no como las que pasan en las otras radios, las que lee el Salcedo haciendo pucheros, no. Tampoco esa poesía obscura que para entenderla hay que leerla de abajo arriba y de atrás hacia adelante para ver si al azar pescamos un sentido.”»
Y continúa así, cada transcripción se haría interminable pero debe ser corta como la breve secuencia de notas que nos indica la melodía básica de un tema de una sinfonía –el primer tema del segundo movimiento de la sinfonía tal o el segundo tema del último movimiento del concierto cual– como si esas manchitas parecidas a comas dibujadas en el pentagrama nos resultaran claras a los simples mortales o  como cuando le decimos al amigo, esa parte que es trálalalaá trálalalaá y con eso reconocemos el comienzo de la quinta del sordo, pero que en la obra asume muchas variaciones con diferentes intensidades interpretadas por diversos instrumentos, ahora pasa a los cobres y se eleva con fuerza de turbión, vuelve en las cuerdas y revolotea en giros y espirales hasta agotarse descendiendo como el suave declive de una loma y se hunde finalmente en el silencio del atardecer.
Los temas de Egüez son infinidad y muy diversos, y no voy a enumerarlos, no soy crítico literario ni pretendo serlo, escribo mis comentarios solamente con las herramientas elementales de un lector agradecido. Pero están todos, todos los temas que usted, sediento lector, quiera degustar como cuando se encuentra frente a un revuelto buffet donde todo hay que probarlo pero todo puede hacerle daño o puede incitarle a repetir y repetir, una y otra vez, hasta la saciedad, hasta la indigestión, hasta una sabrosa indigestión.
Malabares en su tinta te incita a todo. A la risa –antes que todo al regocijo– o a la ira, al odio y al amor, a la tristeza y a la alegría, a la reflexión y a la insensatez, a todas las contradicciones posibles: ¿es esto literatura o qué diablos es? ¿De qué me está hablando este señor? ¿Es esta la misma historia que nos contaron los diarios y los radionoticieros y los telenoticieros y los chismes y las murmuraciones? Sí, es todo lo que sabemos que ha pasado en Quito y en Ecuador y en el mundo y en la historia, y no es nada de eso: si me preguntan cuál es la historia, tal vez no sabría decirlo. Y sin embargo, es una historia bastante conocida pues tiene fecha de inicio: el 8 de octubre de 1890, y fecha de final: el 8 de octubre de 1967. En la primera, Cezanne bajó del caballete su cuadro Jugadores de cartas; en la segunda, el Che fue asesinado en Bolivia. ¿Y eso qué tiene que ver? Nada. No tiene que ver nada, y tiene que ver con todo porque delimita con toda imprecisión el «último cuarto menguante» del siglo XX, el que corresponde con bastante inexactitud al ciclo histórico que usted y yo hemos vivido, en el que hemos realizado nuestra peripecia vital en este mundo, en este caos.
Ahí está ese caos reproducido con minuciosidad de miniaturista, en un trabajo que la primera impresión que nos da es la de estar contado con una naturalidad inocente lo que ya todos sabemos pero que es en realidad una construcción tallada, esculpida palabra por palabra, letra por letra, no hay nada inocente allí, todo está fríamente calculado y colocado donde debe estar, es un trabajo de mucho tiempo, de muchos años, de muchos insomnios y muchos amaneceres espantando las palabras intrusas para atrapar y quedarse sólo con la que es, y muchos anocheceres repitiendo el ejercicio agotador, enloquecedor, frente al teclado, esculpiendo, golpeando el buril con fuerza unas veces, otras con delicadeza femenina para no dañar lo ya alcanzado. Y sin embargo, desconcertantemente lúcido, claro, inteligente, exacto, con la exactitud que tiene la vida en su inexacto e inatajable devenir.
No sé por qué, y pido me perdonen por esta grosera arbitrariedad que un auténtico crítico literario no cometería nunca, pero todo el tiempo esta novela de Egüez me recordó otra de otro entrañable amigo ya ausente de este mundo. Carlos Perozzo fue un director de teatro, colombiano, que derivó en escritor. Un poco a la inversa del proceso de Egüez: este comenzó por literato y poeta y ha llegado a malabarista. Perozzo fue primero prestidigitador y payaso (teatrero), y fue a dar en novelista. Al grano: creo que fue su penúltima novela, se llama La O de aserrín. Como en la de Egüez, las zancadillas comienzan en el título: la O no es la letra O de nuestro abecedario, sino la del alfabeto del artista: es la pista de un circo. La pista de un circo es una circunferencia hecha de aserrín: La O de aserrín.
De allí en adelante es el mundo del circo, y es el circo del mundo. Un payaso enamorado de una maravillosa trapecista (gemela de la Pacarina de Andrés Del Alba, en Egüez), a la que persigue de pueblo en pueblo y de plaza en plaza donde se abran las carpas del circo donde ella sueña con realizar la perfección de un triple salto mortal, y él la mira y la admira y la teme y la protege con su amor hasta el final. Y con la envidia: él (el personaje-escritor) se reconoce a sí mismo en ese delirio por llegar a la perfección del triple salto mortal…
La relación entre los dos trabajos literarios es que ambos están edificados con la técnica constructora más deslumbrante: las prestidigitaciones de locura con las palabras. Cuando leía a Perozzo, me venía a la mente otro constructor, arquitecto: Gaudí (Perozzo vivió un tiempo en Barcelona y expresaba contagiosamente su admiración por el creador catalán). Sabemos cómo Gaudí trabajó sus monumentos con una clave central definitoria: la línea recta no existe. Toda inclinación del artista a trazar su obra con base en las líneas rectas es una falsedad total y un fracaso seguro. Perozzo como Egüez –y como tantos otros, Joyce, Cortázar, Villón, Quevedo, o Cezanne, Monet, Goya en la Quinta del Sordo…– rehuyeron sistemáticamente la línea recta de la gramática de manual escolar. (Pero que no se despisten los jóvenes noveles escritores: para llegar a hacer esto como maestros, se requiere haber sido buenos aprendices. Sólo se puede jugar así con el idioma conociendo a fondo el idioma y sus secretos, y trabajando mucho mucho con él, hasta poder construirlo destruyéndolo o destruirlo construyéndolo).
Pido disculpas (y puedo pedir disculpas como puedo pedir perdón, señores neogramáticos, porque pedir que te perdonen es pedir que te disculpen, que te libren de culpa, el idioma vivo se desliza por todos estos meandros y desemboca en pedir disculpas) por estas digresiones abusivas, y más bien termino trayendo aquí otro fragmento en el que Iván Egüez nos confía parcialmente su caja de herramientas y sus manuales de orfebrería.
«Esta energía que mueve a los cuerpos existe gracias a su contrario: la teoría de la inhibición que paraliza a los cuerpos sin tocarlos. Entonces, mientras sigue leyendo, se percata de que por adentro no está hecho sólo de huesos y de vísceras sino primordialmente de agua (por aquello del fluir) y, sobre todo, de cosas por decir: siente que su marea interior tiene tumbos de ideas, de empeños, de palabras en la punta de la lengua, de presentimientos; a veces, lo que se le pone se le cumple, otras deja escapar las ideas, de donde conjetura que éstas mueren si no se expresan, es decir, si no se transforman, pues, de otro modo, van a perderse en la tercera orilla de un río indetenible (La Eternidad, según ese bosque húmedo llamado Guimaraes Rosa); pero quizá se le van sólo por falta de entrenamiento; entonces para daquírirlo no tendrá otro remedio que echar mano de su tímpano para mojarse con los murmurios de este palabrerío, de este río palabrero que, una vez oído, le correrá cantarino por las venas y su sangre ya no será de orchata –si alguna vez lo fue– sino de brío y energía, de nervio, de sismógrafo interior, perlada de ese rocío adrenalítico y glauco que aguadijan sus ganglios, linfa adamantina como el agua de sus ojos, lista a derramarse de pena o desconsuelo, de rabia o alegría, o simplemente de ganas de reír o sollipar sin saber porqué (o sabiendo su conciencilla el por qué), de estremecerse sólo para comprobarse que está con vida, ya que el primer síntoma de muerte es no sentir que se le hace agüita la boca por algo, no inmutarse nunca, no emocionarse ni asombrarse por nada. De ahí las palabras se le harán gaviotas y se darán a volar en el interior de usted, en el dombo de su vientre infinito, porque cada palabra es como un hijo, como una serpentina que comienza y no se sabe dónde termina, una enredadera que crece sola; por ello, esto podría tener, espero que con su sintonía tenga, el curso libre, desfachatado, casi salvaje, de una pintura infantil, de un barroco botánico donde la palabra pegue por generación espontánea en busca de un claro de bosque, de ese sol-lector que llega a través de los vericuetos de la arboleda a reverdecer la naturaleza cual un proceso de fotosíntesis que transforma su energía luminosa en energía verbal; y si no es de un barroco botánico, al menos de un laberinto sin paredes ni fronteras, donde cada palabra luche y se calcine por querer brotar de la sequedad del desierto, a sabiendas de que nada es más abigarrado que su arena, espesura apretadapor el puño de los dioses, pero ardiente y tentadora como la entrepierna de una muchacha, o tibia como las mieses bajo un rayo de sol, de ese sol de venados que apenas calienta pero que hace que se ponga turulata la pupila en lontananza.»
Bien, ahí tienen en su mano la carta. Recomendación del chef: Malabares en su tinta.
¡Buen provecho!

Cumbayá, diciembre de 2013

Alfonso Monsalve Ramírez
alfonso-monsalver@hotmail.com
Blog “Tardes con Alfonso” (www.tardesconalfonso.blogspot.com)