¡Donald
Trump, presidente de Estados Unidos! ¡La noticia paradigmática del
triunfalismo! ¿Quién no tuvo una despectiva sonrisa triunfalista cuando este
grosero magnate presentó su candidatura a la primera posición política del
mundo? ¿No parecía locura el atrevimiento de desafiar a una mujer de la más depurada
élite social, cultural, económica y política, signada con el deslumbrante
apellido Clinton?
En
Colombia, el inusitado triunfo del NO en el plebiscito que el presidente Santos
convocó para la refrendación de los Acuerdos de Paz con las FARC, le llevó a
concluir que el principal error fue el cerrado triunfalismo de los partidarios
del SÍ. En ningún momento contemplaron la posibilidad de una derrota que se
equiparó a rechazar la paz inmediata y optar por la continuación del conflicto
armado de más de cincuenta años.
En
Venezuela, recordemos la elección de Nicolás Maduro para suceder a Hugo Chávez
y el estrechísimo margen sobre una oposición que nadie esperaba tan amplia:
típico triunfalismo. Resultado, la polarización del electorado que se afianzó
con la victoria del antichavismo en la Asamblea y el corolario correspondiente:
toda suerte de maromas políticas para legitimarse, tanto gobierno como oposición,
con inminente amenaza de un triunfo de ésta.
La
también sorpresiva derrota de Evo Morales en la última convocatoria a la voluntad
popular para definir sobre su nueva reelección, ¿no fue también desprevenido
triunfalismo?
Incluso
en Ecuador, ¿no se perdieron en las últimas elecciones las alcaldías de las
tres ciudades más importantes del país por un ingenuo triunfalismo, especialmente
en Quito?
¿Caemos
en el triunfalismo, lo estamos bordeando? Por definición, el triunfalismo es
impredecible. ¿Quién puede diagnosticarlo? Sólo muestra sus fauces cuando ya
tiene al derrotado sangrando entre sus garras.
Sólo
existe una posibilidad de evadir estas sorpresas dolorosas: no ser
triunfalistas jamás, así las apariencias pudieran justificarlo. Confiamos en la
simpatía de un líder, en su carisma, en su palabra ilustrada, en sus cualidades
comprobadas. Pero, ¿qué está sucediendo en realidad en las bases populares? Más
aún ante un argumento que no se refuta con reflexiones racionales: la difícil situación
económica mundial y local, así sean justas las explicaciones de los analistas. Nada
impulsa al elector como llevar su mano al bolsillo y encontrar la realidad de
la escasez cotidiana. Situación que, además, siempre será utilizada a fondo por
una oposición sin escrúpulos a la hora de acumular votos.
La
única medicina para prevenir el triunfalismo es el trabajo sin descanso entre
las masas, hasta el minuto anterior al voto. Que no nos coja por sorpresa el
desaliento de los electores. Para esto, trabajar muy duro en las bases, oír sus
quejas, atender sus reclamos, aclarar sus dudas. Aún así, no asumir la seguridad del triunfo sino cuando hablen las cifras.
Alfonso Monsalve Ramírez
alfonsomonsalve.personal@gmail.com
Cumbayá, 15 de noviembre de 2016
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