Es admirable la actitud del pueblo ecuatoriano, de todos los
niveles, frente a la tragedia, sin calificativos capaces de describirla, del
terremoto de Manabí.
Ejemplar el comportamiento de todas las personas que vemos y
escuchamos en todos los medios de comunicación, tratando cada una de hacer
algo, lo que esté en sus posibilidades para salvar una vida aquí, remover un
obstáculo allá, buscando agua o alimentos o auxilios, averiguando qué se
necesita y explorando una solución.
Es la más grande lección de solidaridad y unidad que hemos
presenciado en mucho tiempo.
Lo que está sucediendo no tiene color político ni
ideológico, como no sea el de la fraternidad humana en sus más puras
manifestaciones.
Es sólo el comienzo de una larga y pesada tarea histórica
que no puede enfrentarse sino en esos mismos términos.
Hay que decirlo: el manejo firme, sereno y prudente de la
información dio la pauta para todo lo demás. Es sabido que, ante situaciones
extremas, la guerra, los cataclismos, las grandes desgracias colectivas en
general, lo primero que debe controlarse es la información. Así se ha hecho y
no cabe otra apreciación.
Han asomado voces aisladas intentando aprovechar el
explicable caos y desconcierto iniciales para la figuración personal a costa de sembrar cizañas
y atizar sentimientos hipersensibilizados. Es urgente decir no a estas acciones.
Cabe trazar un esquema de conductas para todo lo que tenga
que ver con esta inmensa tragedia. Una especie de pacto patriótico para
preservar todo lo relacionado con este magno dolor colectivo, en todos los
frentes y desde todas las visiones. Comenzando por la comunicación pero
ampliándolo al análisis y manejo de los problemas que se vienen. Todo lo relacionado con el desastre del terremoto de Manabí debe aislarse de toda interpretación intencionada y de toda acción confrontacional.
El mundo ya ha dado muestras de admiración hacia la nación
ecuatoriana, hacia todos sus estamentos, por la forma ejemplar, unitaria,
solidaria de enfrentar este desastre.
Tal vez puede irse más allá: lo que se viene es la
restauración y reconstrucción de lo arrasado por la tragedia y tiene dimensiones
incalculables. En lo individual, en lo colectivo, en la salud física y
emocional de todos los afectados, en lo económico, en lo material, en lo
urbano, en lo vial, en lo nacional y en lo local.
Podría pensarse en la conformación de una unidad con plena
autonomía, conformada por delegaciones del Estado, de la sociedad civil, de las
empresas, universidades, hospitales, medios de transporte y de comunicación
privados y públicos, para la conducción de todo lo relacionado con el
terremoto.
Relegar a otros terrenos las diferencias, divisiones, enfrentamientos.
Preservar lo que impone esta tragedia con los
principios que espontáneamente han brillado hasta este momento: unidad, solidaridad,
fraternidad, firmeza y optimismo.
¡Sí se puede, ecuatorianos!
Alfonso Monsalve Ramírez
alfonsomonsalve.personal@gmail.com
Cumbayá, marzo 19 de
2016
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