Brasil es, por varios aspectos, una proyección macro del Macondo
garciamarquiano. Quinto país en el mundo por su extensión territorial, quinto
por número de habitantes, una de las sociedades más multiétnicas del planeta,
su historia salta de la comunidad indígena precolombina a la monarquía imperial,
de ésta a la independencia semi republicana por medio de una monarquía
constitucional basada en el trabajo esclavo, en otro salto histórico a
república dominada por una oligarquía rural elegida en elecciones “democráticas”
de corrupción proverbial, la República Vieja que apenas comienza a liberarse
cuando Getulio Vargas llega por primera vez a la presidencia que ejercerá por
cuatro períodos constitucionales que culminan cuando se suicida en 1954 dejando
una carta testamento cuyas palabras hoy resuenan en nuestros oídos presenciando
la campaña de alcantarilla de los medios mercantiles de comunicación contra
Lula: "Más de una vez las fuerzas y los intereses
contra el pueblo se coordinaron y se desencadenaron sobre mí. No me acusan, me
insultan; no me combaten, me difaman; y no me dan el derecho a defenderme.
Necesitan apagar mi voz e impedir mi acción, para que no continúe defendiendo,
como siempre defendí, al pueblo y principalmente a los humildes. Sigo lo que el
destino me ha impuesto. Después de décadas de dominio y privación de los grupos
económicos y financieros internacionales, me hicieron jefe de una revolución
que gané… Volví al gobierno en los brazos del pueblo… No quieren que el pueblo
sea independiente… Luché con el pecho abierto. El odio, las infamias, la
calumnia no abatirán mi ánimo. Les daré mi vida…”
Brasil: una realidad social donde todo es incoherente porque todo
lo hace coherente la pobreza. Donde, cuando Lula llega al poder, estaba
prohibido a los pobres trabajar colectivamente y sin patrón, en cooperativas o asociaciones
solidarias, la pobreza ni siquiera podía apreciarse en cifras estadísticas
porque no existían, había que ir a las calles para verla y tocarla…
Lula y el Partido de los Trabajadores con su lucha habían
logrado transformar en algo la situación pero no lo suficiente como para hablar
de cambios profundos. Para ganar finalmente las elecciones tuvo que presentar
un programa en el que se comprometía a no intentar cambio alguno en el modelo
económico, sino aplicar el neoliberalismo y trabajar con el FMI y demás
depredadores económicos.
Cualquier juicio que hagamos acerca de Brasil corre el riesgo
de ser inexacto. Sólo podemos reconocer que Lula sacó a millones de la pobreza
extrema y que las perversas élites brasileras no pueden permitir eso. Odian a
los pobres como todas las derechas latinoamericanas y están dispuestas a
eliminar como sea a quien se atreva a intentar, nada de socialismo, siquiera la
meta cristiana del sermón de la montaña, la de hacer bienaventurados a los
pobres, la del Poverello de Asís, la de Juan XXIII, la de Francisco: dar un
alivio a los pobres. Ni eso soportan. ¿Quién habla por ahí de revolución?
Publicado en El Telégrafo, 19 de marzo de 2016
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