Violencia e información social

En cualquier ámbito, quien se beneficia del estado de cosas actual –del statu quo–, percibe como amenaza todo cambio, así sea mínimo. Si descansas bajo un parasol protector en tu silla playera y alguien te dice que va a correrte un poquito, la primera reacción será resistirte: Aquí estoy bien. Proyectar esta situación a escenarios más amplios –la empresa, por ejemplo– aumenta la percepción de amenaza. A escala colectiva y, más aún, política, estos parámetros pueden determinar violentas convulsiones sociales.
La violencia ha sido, históricamente, el recurso defensivo de los sectores reaccionarios, partidarios de la inmovilidad, mientras que el razonamiento y el acuerdo pacífico son los métodos propios de los revolucionarios, empeñados en los avances transformadores.
Pero el discurso retardatario siempre ha tergiversado estas realidades, victimizándose a sí mismo y acusando de violentos a los agentes del cambio, a los progresistas. Hoy ese discurso reaccionario se difunde en los medios de comunicación de las fuerzas dominantes, y son inauditos los extremos de distorsión de la realidad a donde han llegado, a medida que la natural insurgencia de los excluidos aumenta y se fortalece.
Esta es la situación que caracteriza el momento presente en Latinoamérica. El caso del proceso electoral que se desarrolla en Venezuela ilustra estas afirmaciones. Como siguiendo un calculado libreto, el opositor Luis Manuel Díaz, de Acción Democrática, es asesinado en un mitin al que –¡por coincidencia!– asiste Lilian Tintori, esposa de Leopoldo López, preso por conspirador y promotor de violencia. Sorprendentemente tranquila, sin asomo de pánico ni de histeria femenina tan verosímiles en un caso así, acusa al gobierno bolivariano del crimen y lo falsea: querían matarla a ella. Como si obedecieran a una señal, los medios mercantiles estallan en vocinglería desorbitada, torciendo los hechos: “Alarma por violencia en campaña electoral en Venezuela”. Es el tono general en todos –y todos son TODOS– los medios mercantiles. El anuncio más apocalíptico lo hace Tintori: “en estas elecciones sólo puede haber triunfo de la oposición o fraude”. Se apoyan en encuestas anónimas que dan a la oposición aplastante ventaja. Están listas las bases para justificar acciones violentas si la victoria es chavista.
La actitud del presidente Maduro es exactamente la contraria. No habra disturbios, no se producirá ningún golpe y menos auto golpe de Estado, será una fiesta patriótica y democrática. Y promete aceptar los resultados, aun si le fueran adversos. En tal caso, la lucha simplemente continuará con la misma decisión y por los mismos senderos pacíficos, democráticos y revolucionarios. Todos sus discursos culminan con la invocación a la paz.
Los procesos progresistas latinoamericanos comprueban que el problema más urgente que debe resolver la humanidad para superar el caos que vive el mundo es el gigantesco aparato de desinformación del declinante capitalismo.

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Toros, pénales y votos

El toreador está en el centro del ruedo. Mira al público, gira sobre sus pies con la montera en la mano, alargándola hacia los tendidos. El público lo observa, sonriente: ha ofrecido el toro a los espectadores. Se ven contentos, expectantes.
El animal frente a un burladero mueve la cabeza siguiendo los capotes que los mozos de brega agitan ante él para distraerlo, que no embista al toreador antes de tiempo.
Ese momento está precedido de mucho trabajo. Exigente gimnasia diaria, prácticas con el capote, con la muleta. ¿Ha intentado usted mantener el brazo extendido mientras sostiene por un extremo una espada de acero en posición horizontal, por ejemplo? Duro ejercicio. Fortalece músculos, enseña a soportar la muleta. Además hay que ensayar los quites. El brazo señala un punto del piso frente al practicante, luego un recorrido trayendo la muleta hacia un lado, con firmeza pero también con la mayor elegancia posible. El torso gira completamente, el diestro levanta la muleta hacia el horizonte. Imaginariamente el toro ha pasado de largo, obligado por el matador. Pura destreza, puro dominio de todos los detalles, pura estética, puro arte. Es lo que está buscando el diestro. Las prácticas se repiten una y otra vez puliendo cada movimiento, cada paso, cada momento.
Volvamos a la plaza. Los pases ahora son reales. El torero ejecuta manoletinas, chicuelinas, verónicas, aplausos apasionados estallan cuando el matador remata con un natural de pecho que obliga al toro a levantar la testa en un airoso movimiento de bravura, imponente. Toro y torero forman figuras de plasticidad impecable.
Sin violencia. Sin crueldad. Sin maltratos. Combinando ingenio, astucia lúdica, sabiduría, agilidad mental y física, valentía, mucha valentía, pundonor, entrega. Dominando con inteligencia la fuerza bruta del astado. El público los premia a los dos –¡a los dos!– con aplausos y olés y música y alegría.
Uno de los asistentes sigue en la pantalla de su celular el partido en el estadio de futbol. Un jugador ha caído sobre la cancha y se retuerce de dolor. Otro le ha propinado una patada atroz, con toda la intención de incapacitarlo. Lo ha logrado. Tibia y peroné rotos. El lesionado sale en camilla. No podrá jugar por varios partidos. El juego continúa, hay ardor y resentimiento del equipo afectado. En otra jugada, el defensa salta, cabecea el balón pero al hacerlo, se desquita con un tremendo codazo en la cara del rival, cuya nariz sangra. Acuden los ayudantes, le practican una curación de emergencia. Entre incidentes de igual gallardía se aproxima el final. Otra falta violenta castigada con penal rebosa la copa. El juego es reemplazado por insultos, trompadas, puntapies. La policía ingresa. En las graderías los hinchas también se enfrentan, hay lesionados, un herido... ¡grave!
Regreso a la plaza de toros. La gente ya está saliendo entre comentarios picantes, risas, celebraciones. Una botella de vino.
Sí. ¡Salud!

Voto por los toros.

Alfonso Monsalve Ramírez
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