Si Mindo no es el
paraíso terrenal de la Biblia, esta reserva natural ecuatoriana es lo más parecido que uno pueda admirar y
disfrutar en este mundo de contaminación ambiental irrespirable.
Parecían, por tanto,
inobjetables los argumentos que agitaron sus moradores para oponerse
férreamente a que el Oleoducto de Crudos Pesados (OCP), construido entre 2002 y
2003 bajo el gobierno del presidente Gustavo Noboa Bejarano, atravesara sus
cerca de 85 mil hectáreas, amenazando a las 450 especies de aves que revolotean
allí, a las 30 especies de mamíferos entre los que figuran el Oso de Anteojos,
el puma, el jaguarundi y el mono capuchino de frente blanca, a sus 18
bosques protectores, a sus cristalinos ríos Mindo y Cinto y sus afluentes
Nambillo, Cachupi, Cristal, Verde y Saloya, que forman entre todos al río
Blanco, afluente a su vez de los ríos Guayllabamba y Esmeraldas, y en fin, al
incalculable y precioso tesoro de riquezas y bellezas naturales que, según la
feroz campaña nacional e internacional, iban a desaparecer o por lo menos a ser
heridas de muerte por el OCP.
Se anunciaron entonces
las cosas más terribles que sucederían si el OCP pasaba por las altas cuchillas
de inclinadas laderas de la región. Se movilizaron desde organizaciones y
personalidades ambientalistas nacionales e internacionales, hasta el Banco
Mundial y la calificadora internacional de riesgos Moody, se trajeron a cuento tragedias
como la de Bangladesh en junio de 1997 en un pozo de gas que se llevó por
delante 7 casas o las 760 explosiones que la guerrilla había realizado en
Colombia contra el oleoducto Caño Limón-Coveñas en 10 años, entre otras. En una
palabra, sería el último día antes del fin del mundo.
¿Cómo no íbamos a
admirar y a apoyar a valerosos amigos que nos invitaban a sus acogedoras
finquitas y que luchaban hombro a hombro con los ambientalistas de Mindo?
He recordado todo esto
ahora, al regresar y observar algunos de los lugares que iban a sucumbir por el
OCP, y comprobar que, felizmente, los propios habitantes de este edén ni
siquiera recuerdan exactamente por donde pasa el oleoducto, hoy oculto bajo la
más exuberante y lujuriosa vegetación y animado por los mismos cantos de
grillos, cigarras, loras, papagayos y tucanes y descubrir que hasta ahora nadie
podría comprobar que un solo colibrí haya muerto por culpa del OCP.
Y esto, sin contar ni en
mínima proporción con la participación ciudadana e institucional, con la
transparencia y el debate que se han alcanzado bajo la Revolución Ciudadana,
pues esa obra se realizó simplemente bajo la orden terminante del presidente
Noboa –“el OCP va porque va”–, sin atender los reclamos, justificados en algunos
aspectos, de la ciudadanía ecuatoriana, y sin los cuidados con la naturaleza que el
presidente Rafael Correa garantiza que se tendrán en Yasuní. Y que, por cierto,
no inmunizan contra posibles accidentes, como cuando se construye un
ferrocarril o un alto edificio: de lo que se trata es de prever esos
imprevistos y las acciones para enfrentarlos.
No se trata de silenciar
ni desoír a quienes llaman a defender esa otra maravilla que la naturaleza donó
a este privilegiado Ecuador. Pero sí de recomendar la sensatez y el equilibrio
necesarios cuando se trata de un tema que, en cualquier dirección, es de
trascendental importancia para el país y para las nuevas generaciones
ecuatorianas y americanas.
Alfonso Monsalve Ramírez
Septiembre 12 de 2013
Blog www.tardesconalfonso.blogspot.com
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