Capitalismo y periodismo: auge y ocaso


El periodismo y el capitalismo son hermanos gemelos, nacidos del mismo vientre: la revolución industrial.
El capitalismo llega para transformarlo todo al son de altivas trompetas iluministas, sobre la plataforma universal de la igualdad natural de todos los hombres ante la ley y con la libertad guiando al pueblo con pendones de libertad, igualdad y fraternidad.
El periodismo entra en escena marcando el paso al ritmo de los tambores y platillos de las grandes libertades de pensamiento, de opinión,  de expresión.
Grandilocuentes postulados liberales que bien pronto fueron negados en la práctica de las fábricas capitalistas donde no había ninguna igualdad, ni libertad ni fraternidad para los obreros, hombres, mujeres niños, que laboraban allí en condiciones inhumanas. Las libertades burguesas sólo eran efectivas para la burguesía, para el capitalista dueño de la fábrica. Desde muy temprano esas fábricas fueron nido de conflictos, de protestas, de rebelión.
El periodismo sigue una trayectoria paralela. Los altisonantes pregones de libertad de pensamiento, de opinión, de expresión, son las del capitalista propietario del periódico, no las del periodista asalariado, y menos aún las del lector.
Navegando sobre la cresta de esas contradicciones, capitalismo y periodismo alcanzarán sus respectivos auges. Las asombrosas máquinas y el desarrollo de facilidades tecnológicas que parecen mágicas hicieron posible la producción de riqueza en cantidades que podrían satisfacer todas las necesidades de la humanidad, si no fuera porque esa riqueza se concentra en poquísimas manos al mismo tiempo que millones de seres humanos se debaten en la pobreza.
La imprenta evolucionó hasta las gigantescas rotativas que cubrieron al mundo literalmente de periódicos impresos, y la radio, la televisión y finalmente Internet lo convirtieron en la aldea global donde todos se conocen y se comunican toda clase de sucesos y chismes, verdades y mentiras, fantasías y calumnias.
A todo auge le llega su ocaso. El capitalismo se ahoga hoy en la crisis más profunda y global de toda su historia, en medio del rechazo generalizado que preludia su hundimiento definitivo.
El periodismo capitalista también se derrumba. Se cierran medios que antes fueron paradigmas de gloria y de poder, y los que se mantienen caen en el descrédito, perdieron la credibilidad que habían ganado en su época dorada y que quedó desnuda ante la transparentación del mundo impulsada por las tecnologías cibernéticas. Si se mantienen, es solamente de la mano de su verdadero propietario, el capital financiero.
Sin embargo, como viudas plañideras, capitalismo y periodismo siguen entonando sus cantinelas a las banderas que ellos mismos se encargaron de desteñir convirtiéndolas en trapos deshilachados.
¿Quién se atrevería todavía a sostener que el capitalismo y su periodismo de hoy son modelos de libertad, de igualdad, de fraternidad, de libertad de expresión? Por el contrario, desde todos los ángulos y a lo largo y ancho del planeta se los sindica de haber abandonado las bellas proclamas de un pasado lejano, sustituyéndolas en su quehacer concreto y cotidiano por ocultación de la realidad, distorsión, manipulación, desinformación, deformación, agresión, insulto, calumnia.
¿Libertad de pensamiento y de opinión en un mundo cuyo pensamiento y cuyas opiniones atenazan con campañas mediáticas de mentiras envenenadas para justificar guerras genocidas, aun a pesar de que esas mentiras cada vez engañan a menos gente?
Capitalismo y periodismo están viviendo su ocaso. Otros amaneceres asoman en el horizonte.

Alfonso Monsalve Ramírez
Septiembre 23 de 2013
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Mindo, OCP y Yasuní

Si Mindo no es el paraíso terrenal de la Biblia, esta reserva natural ecuatoriana es lo más parecido que uno pueda admirar y disfrutar en este mundo de contaminación ambiental irrespirable.
Parecían, por tanto, inobjetables los argumentos que agitaron sus moradores para oponerse férreamente a que el Oleoducto de Crudos Pesados (OCP), construido entre 2002 y 2003 bajo el gobierno del presidente Gustavo Noboa Bejarano, atravesara sus cerca de 85 mil hectáreas, amenazando a las 450 especies de aves que revolotean allí, a las 30 especies de mamíferos entre los que figuran el Oso de Anteojos, el puma, el jaguarundi y el mono capuchino de frente blanca, a sus 18 bosques protectores, a sus cristalinos ríos Mindo y Cinto y sus afluentes Nambillo, Cachupi, Cristal, Verde y Saloya, que forman entre todos al río Blanco, afluente a su vez de los ríos Guayllabamba y Esmeraldas, y en fin, al incalculable y precioso tesoro de riquezas y bellezas naturales que, según la feroz campaña nacional e internacional, iban a desaparecer o por lo menos a ser heridas de muerte por el OCP.
Se anunciaron entonces las cosas más terribles que sucederían si el OCP pasaba por las altas cuchillas de inclinadas laderas de la región. Se movilizaron desde organizaciones y personalidades ambientalistas nacionales e internacionales, hasta el Banco Mundial y la calificadora internacional de riesgos Moody, se trajeron a cuento tragedias como la de Bangladesh en junio de 1997 en un pozo de gas que se llevó por delante 7 casas o las 760 explosiones que la guerrilla había realizado en Colombia contra el oleoducto Caño Limón-Coveñas en 10 años, entre otras. En una palabra, sería el último día antes del fin del mundo.
¿Cómo no íbamos a admirar y a apoyar a valerosos amigos que nos invitaban a sus acogedoras finquitas y que luchaban hombro a hombro con los ambientalistas de Mindo?
He recordado todo esto ahora, al regresar y observar algunos de los lugares que iban a sucumbir por el OCP, y comprobar que, felizmente, los propios habitantes de este edén ni siquiera recuerdan exactamente por donde pasa el oleoducto, hoy oculto bajo la más exuberante y lujuriosa vegetación y animado por los mismos cantos de grillos, cigarras, loras, papagayos y tucanes y descubrir que hasta ahora nadie podría comprobar que un solo colibrí haya muerto por culpa del OCP.
Y esto, sin contar ni en mínima proporción con la participación ciudadana e institucional, con la transparencia y el debate que se han alcanzado bajo la Revolución Ciudadana, pues esa obra se realizó simplemente bajo la orden terminante del presidente Noboa –“el OCP va porque va”–, sin atender los reclamos, justificados en algunos aspectos, de la ciudadanía ecuatoriana, y sin  los cuidados con la naturaleza que el presidente Rafael Correa garantiza que se tendrán en Yasuní. Y que, por cierto, no inmunizan contra posibles accidentes, como cuando se construye un ferrocarril o un alto edificio: de lo que se trata es de prever esos imprevistos y las acciones para enfrentarlos.
No se trata de silenciar ni desoír a quienes llaman a defender esa otra maravilla que la naturaleza donó a este privilegiado Ecuador. Pero sí de recomendar la sensatez y el equilibrio necesarios cuando se trata de un tema que, en cualquier dirección, es de trascendental importancia para el país y para las nuevas generaciones ecuatorianas y americanas.

Alfonso Monsalve Ramírez

Septiembre 12 de 2013

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