Finalmente en la
voz de Rodrigo Londoño (Timochenko), su comandante máximo, las FARC
reconocieron su error de utilizar el secuestro como medio de financiamiento de
sus acciones y pidieron perdón “por todo el dolor que hayamos podido causar en esta guerra”. Es lo que todo
Colombia esperaba y por eso el monumental y aliviado aplauso con el que el país
entero recibió este arrepentimiento.
Fue el primer gran
error de la izquierda colombiana: adoptar la lucha armada como vía para
arrebatarle el poder a quienes lo han ganado por la vía legítima de la
democracia electoral, incluso aunque se tratara de un fraude, dice el Che
Guevara en su obra “La guerra de guerrillas”, hace imposible tal camino.
El segundo error
de trascendencia equivalente fue la toma del Palacio de Justicia por el M19
(1985). Pero este grupo lo comprendió pronto, llegó a su propio acuerdo de paz
y hoy es un protagonista más de la política del país. Falta el Ejército de Liberación
Nacional, tortuoso decano del guerrillerismo desatado por las imágenes de la entrada
triunfal en La Habana de los héroes de la Sierra Maestra, en enero de 1959. Esa
victoria cubana, en cambio, es ejemplo de una lucha totalmente legítima en la
medida en que se trataba de derrocar a un usurpador, corrupto y asesino, el
dictador Fulgencio Batista, y por eso contó en todo momento con el respaldo total
de su pueblo.
Como en toda contienda
entre dos adversarios –bien sea deportiva, fútbol o ajedrez, o social o
política– el que se da cuenta del error del otro debe aprovecharlo a fondo. En
Colombia fue igual. Pensar que un sector social pudiente y privilegiado no
reaccionaría con todo su poder fue, cuando menos, torpeza gigantesca. Y en las
circunstancias de este país, con más de un siglo de violencia entre campesinos
sin tierra y grandes terratenientes, surgió el personaje adecuado, Álvaro Uribe
Vélez, cuyo perfil perverso pero disfrazado de oveja la historia alineará –sin
descontar los intereses geopolíticos detrás de él– con los ejemplares que
representan las malformaciones psicológicas y culturales más tenebrosas:
Torquemada, Hitler, Mussolini, Pinochet, Videla… Por último, la lucha
guerrillera es, por definición, propia de sectores agrarios. La población
urbana no se identifica con ella y Colombia fue siempre un país de ciudades.
Se desbordó
entonces de enfrentamiento político e ideológico, a orgía de monstruosidades, paramilitarismo,
masacres, destrucción, despojos, desplazamientos masivos, falsos positivos,
madres descuartizadas frente a sus hijos, padres cuyas cabezas rodaron en
terroríficos partidos de fútbol, cuerpos destrozados con motosierras por militares
ebrios de sangre y alcohol, en fin, se llegó a la total degradación del
conflicto en uno de los países con mayor narcotráfico (cuya incidencia real no es
posible medir y tal vez nunca lo sea) y anegó regiones enteras en un fangal sin
fondo.
La insoportable
situación parecía interminable pero tenía que terminar. No hay mal que dure
cien años, y así fue. Con valor y decisión que nadie puede desconocer por
encima de cualquier otra consideración, el presidente Juan Manuel Santos se
irguió frente al pais y convocó de cara al mundo los Diálogos por la Paz, que
acaban de culminar en La Habana con los acuerdos para poner fin al conflicto y
terminar la guerra.
Este fue el paso
que presenciamos el 26 de septiembre en Cartagena. Se silenciaron los fusiles,
se elevaron las voces por la paz y la reconciliación: se pidió perdón a las
víctimas. El sol de la esperanza volvió a iluminar el horizonte.
Lo que sigue no es
todavía la paz. Es el primer paso para alcanzarla. No será fácil ni rápido. El
camino de la paz en Colombia será largo y escarpado. Por eso mismo urge
comenzar ya, ahora mismo, a construir la paz dándole el apoyo del segundo
esfuerzo indispensable, con un rotundo ¡SÍ! en el plebiscito que reabre las
puertas del futuro para los colombianos.
alfonsomonsalve.personal@gmail.com
Cumbayá, septiembre 27 de 2016