La primera vez que
un desequilibrado arrojó ácido al rostro de una joven, desfigurándola de por
vida, los televidentes nos estremecimos de horror ante la noticia. A partir de
entonces los ataques con ácido han aumentado y hoy son cada vez más una noticia
entre muchas.
Los asesinatos
masivos cometidos por jóvenes de apariencia inofensiva que disparan sobre niños
y profesores en colegios y escuelas en EE.UU. también se hicieron
progresivamente más frecuentes desde que apareció la primera vez la noticia en
las telepantallas.
La forma como se
muestran los robos de celulares, de aretes o de bolsos en las congestionadas
calles modernas, con replays para destacar en detalle esa delincuencia
cotidiana, resulta a veces excesivamente ilustrativa.
Alguna vez una
presentadora fue muy minuciosa en ilustrar cómo se procesa la cocaína para
alimentar su consumo, llegando hasta indicar dónde se obtienen ciertos
ingredientes.
Deducir que los
medios, y en particular la televisión, hacen pedagogía del delito sería
exagerado a todas luces, pero merece observarlo en detalle.
La imagen es más
sugestiva que la palabra y la televisión es el medio de más amplia cobertura.
Llega a todos los rincones y a todas las capas sociales. En las medias y altas,
privilegiadas con los beneficios de la educación y la cultura, los efectos
pueden ser mejor asimilados. Pero, ¿qué sucede cuando impacta en un excluido de
todo, que está considerando proveerse de algo, un celular o los dineros de la
caja de una tienda, para subsistir? ¿O en un pandillero que ya se inició en el
camino del delito y anda a caza de nuevas formas de atraco o de venganza?
En esos niveles estas
noticias pueden producir regocijo antes que rechazo. Enseñan involuntariamente,
hay que suponerlo, nuevas formas de delinquir.
Entonces ¿ocultar
estas lacras, no informar? No es la solución. La cuestión es cómo hacerlo para
no convertirlas en lecciones de crimen. La comunicación social actual cuenta
con métodos de direccionar el mensaje mediático: se hace en publicidad, por
ejemplo. No es sencillo pero es posible.
El requisito indescartable
para llegar a soluciones eficaces sin limitar la libertad de información, es superar
la motivación de lucro individual y empresarial que hoy domina la información y
la comunicación social. Y resulta que ya por allá en los años 30 del siglo 19,
se descubrió que los titulares que más venden son los que se refieren a crimen
y a sexo. Esto explica que en muchos países haya un exitoso pasquín cuyas
páginas chorrean sangre y desbordan nalgas femeninas.
Una comunicación
social responsable y prudente sólo se alcanzará cuando los medios de
información no estén en manos (sean propiedad) de inversionistas ávidos de
dinero y de poder social y político al servicio de sus ambiciones, sino en las
de quienes deben estar, comunicadores sociales profesionales, formados en el
sentido social y en la ética de su actividad Cuando los medios sean de ellos y
ellos sean quienes decidan qué informar y cómo informarlo.
Alfonso Monsalve Ramírez
alfonsomonsalve.personal@gmail.com
Febrero 4 de 2016