Hace unos días tuve el agrado de presentar el primer libro de cuentos de María Catalina Rodas, con las siguientes palabras:

Tengo el gusto de presentarles a la nueva escritora ecuatoriana, María Catalina Espina Rodas.

En rigor, yo no tendría que añadir nada a esta presentación. Digo que es la nueva escritora ecuatoriana, y con eso debería estar dicho todo. Tal vez unas palabras más: de antemano pido un aplauso para ella.

Sin embargo, claro está, hemos venido aquí para oir algo acerca de María Catalina, porque ella es muy joven y por tanto, no todos la conocemos. Ya llegará a ser muy conocida y seguro que dará de qué hablar, así que recomiendo algo más: que compren este pequeño librito y lo conserven cuidadosamente, porque con seguridad el día de mañana van a hacer ostentación: Yo tengo su primer libro de cuentos.
Así que, voy a hablar un poco de este pequeño libro y de sus cuatro cuentos, que ella, muy joven aún, nos presenta como la primera recopilación de sus obras.
Se trata de cuatro cuentos, dos cortos, el primero y el último, y los dos centrales de alguna extensión, quizá ligeramente más largos de lo que les convendría como cuentos, pero a la vez, suficientes para dejarnos entrever a la futura novelista.
No voy a extenderme mucho, porque no hace falta. Ustedes van a leerlos y a descubrir por sí mismos las razones de mi entusiasmo.
Señalo en primer lugar, lo esencial de un escritor: estos cuentos nos dejan la impresión de haber sido escritos sin ningún esfuerzo. De que han salido de sus manos como quien oye cantar en la mañana a una avecilla que se ha detenido en su ventana y le seduce, sin que se dé cuenta por qué, con la belleza de su canto.
Lo primero que cabe destacar es, pues, esa deliciosa fluidez narrativa. Está contando. Y lo hace así, contando lo que le va llegando del corazón a los dedos que lo registran en seguida en el teclado, como una veterana pianista que domina sin dificultad sus registros.
Fluidez narrativa. Ciertamente podría señalar en esa tersa superficie algunos puntos donde un adoquín apenas sobresaliente por encima de los demás casi te hace tropezar. Me refiero a algo que es frecuente cuando se comienza a trabajar con nuestro riquísimo idioma castellano: el uso de un término que quizá no es el más preciso o adecuado a la intención descriptiva. Pero esto también obedece a esa fluidez de que hablo: esa facilidad para narrar que hace que, tal palabra aquí, tal giro allá, podrían revisarse y posiblemente reemplazarse por uno más preciso. Sin embargo, es tal la tersura de esta prosa que podemos pasar adelante pues tampoco es una zancadilla, sino tal vez demasiado rigor de un lector muy condicionado, que puede ser mi caso.
En segundo lugar debo destacar con todo mi entusiasmo algo que hoy en día es casi un milagro. Me refiero al limpio manejo que María Catalina hace del idioma. Digo esto porque nuestro amado idioma español, tan rico en posibilidades expresivas y estéticas, está en evidente y definitiva decadencia y degradación.
Hasta el punto de que apenas es posible soportar ciertos textos presuntamente literarios, poéticos o narrativos, en los que predominan los peores vicios de dicción, de construcción gramatical, de coherencia sintáctica, de domino retórico y descriptivo, en fin, de los escritores y las escritoras y peor aún, de las y los escritores o los y las escritoras, las y los amigos, los y las lectoras, las y los asistentes, de esos las y los ridículamente insertados cada dos frases diz que por reconocimiento a la mujer y a la femineidad, cuando es simple feminismo. Y el feminismo, entendámonos bien, es simplemente el femenino del machismo. Si no entendemos esto, tenemos que estudiar de nuevo el español.
Otra cualidad fundamental: la delicada coloración poética que brota aquí y allí en la prosa de María Catalina, espontáneamente, naturalmente, como brotan las hojas y las flores de una planta en el despertar primaveral. Ustedes saben que ella antes publicó un librito de poemas, también pequeño en sus dimensiones físicas pero valioso por lo que anunciaba, y que ya ha obtenido significativos premios en torneos poéticos. Que el poeta irrumpa en un cuento o en una novela sin que lo percibamos, sin que nos produzca molestia o extrañeza, es una virtud que no todos los escritores ostentan. Lo que abunda en cambio son los rebuscamientos, los amaneramientos retóricos incrustados como supuesta elegancia literaria o poética.
El rebuscamiento y el amaneramiento son las joyas falsas con las que se intenta disimular la carencia de conocimiento y dominio del idioma. Cuando no se tienen estas fortalezas, se recurre a inventar giros estrafalarios que se presentan como novedad o innovación, cuando son simples usos contrarios a lo que se denomina habitalmente el espíritu de un idioma, y que solo pueden percibir quienes tienen el don de una fina sensibilidad artística, tan difícil de describir como fácil de aparentar.
Entonces aparece el escritorzuelo que comenzó cambiándonos el vaso de agua por un vaso con agua, los buenos días a todos por los buenos días con todos, las cinco y diez minutos de la mañana por las cinco con diez minutos, y peor aún si son de la tarde porque ya no son las cinco y diez sino las diecisiete con diez a que nos han acostumbrado esos presuntuosos corruptores del idioma que suelen ser los locutores de radio y televisión, en especial si son narradores deportivos… no todos, hay que aclararlo, pero sí una comprobable mayoría. Cuyos esperpentos de convierten en crimen atroz cuando se piensa que arrasan de un solo manotazo la magia de las cinco de la tarde garcíalorqueana:

A las cinco de la tarde,
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde…

Imagínense ustedes:
A las diez y siete horas / eran las diez y siete en punto… etc.
¡Qué horror!

Discúlpenme por estas desviaciones de mi tema, les pido disculpas y lo digo así porque así se dice, si uno sabe que disculpa y perdón quieren decir lo mismo y que, por tanto, no se ofrece perdón sino que se pide perdón y no se ofrecen disculpas sino que se piden disculpas, es decir, se pide que nos disculpen como se pide que nos perdonen.
En el fondo se trata de un corrosivo racionalismo que confunde las normas gramaticales con la regla de tres, la retórica con la geometría y la métrica de la poesía con la métrica decimal. El lenguaje y por tanto la lingüística no son ciencias exactas como las matemáticas. En éstas, dos más dos son cuatro, pero en la poética cuatro por dos más tres por dos no son necesariamente un soneto.
Vuelvo a María Catalina. Otra virtud que quiero mencionar es su aparente facilidad para construir personajes, trazando con pinceladas transparentes, como de acuarela, rasgos definitorios. Tomo al azar este párrafo:

“Quería buscar una sonrisa envuelta en una remembranza de la pubertad, pero su ingrata retentiva solo mostraba sus malos ratos. Quizá era la señal que indicaba que eran esos momentos, que de una manera u otra yo elegí, los que lo habían hecho la persona que era. Entonces, evocó su primer beso, que para cualquier otro individuo con una vida más pasiva hubiera sido algo bueno, pero que para él era otra mancha en el anecdotario”.

En este párrafo está otra habilidad que, por cierto, ya se deja intuir en el título del libro, “Relatos de destinos”: el ingenio. Son los destinos quienes nos cuentan las historias de los personajes que ellos serían los encargados de orientar. Recurso ingenioso sin ser artificioso. Los destinos nos hablan de sus criaturas e interactúan con ellas con la misma naturalidad con la que los dioses y las diosas del Olimpo griego hablan y se divierten y hacen el amor y también cometen errores y travesuras como los personajes humanos. Así el destino que narra el cuarto cuento, comienza haciéndonos confesiones muy humanas:

“Un día descubrí que los destinos no debemos tomarnos siestas, pero no lo pude evitar y me quedé serenamente dormido. Al despertar, tuve que leer su diario para actualizarme, y de paso descubrir una tierna historia que no pude presenciar y que aún no logro comprender”.

Llego hasta aquí. Podría deleitarme desmenuzando los cuentos de María Catalina (demorándome un poco más para hablar por ejemplo de la maestría para cerrar sus cuentos con finales estupendos) a fin de poner en evidencia su indudable talento artístico, literario y poético. Pero es mejor que ustedes mismos se den ese gusto. Los dejo con María Catalina Espina Rodas, la nueva escritora ecuatoriana, a condición, eso sí, de que se dedique por entero a escribir. No quiero decir que abandone su profesión académica: María Catalina se gradúa como médica en los próximos días. Eso desde luego está muy bien y es uno más de sus méritos personales. Pero que no la puede llevar a dejar en segundo plano lo que sin duda alguna es su vocación profunda: la literatura. Es posible lograrlo, compartir el tiempo entre las dos actividades. Es cuestión de voluntad, de disciplina y de decisión. Yo estoy seguro de que María Catalina escuchará a su destino y en consecuencia no nos defraudará.

Muchas gracias.

Quito, noviembre 6 de 2014